09/04/2024
Así viví el eclipse de 1991
Por Gisela Arriaga Tapia
Corría el año de 1991, era una novel reportera recién llegada a la Ciudad de México como corresponsal del periódico “El Imparcial”, y una de mis primeras coberturas fue precisamente el eclipse total de sol. ¿Qué recuerdo de ese día?
Era jueves (11 de julio), amanecí muy emocionada por el evento que cubriría; me preparé minuciosamente con mi libreta, mi grabadora, y me puse de acuerdo con compañeros fotógrafos de la Agencia Cuartobscuro para reportearlo desde el zócalo capitalino.
La mañana lucía ligeramente nublada pero poco a poco se fue despejando. Y como a las 12:30 horas, ahí estaba, con mi melena al aire, mi libretita inseparable, lista para tomar nota. Un poco nerviosa me coloqué junto con otros compañeros reporteros y fotógrafos en la parte central de la plancha del Zócalo, cerca de donde se iza la Bandera de México, y a esperar el evento más esperado y publicitado de ese fin de milenio.
Era el sexenio de Carlos Salinas de Gortari y se había desplegado un montón de información sobre lo que los mexicanos viviríamos esa tarde por parte de muchas dependencias.
Recuerdo que se habían regalado lentes especiales para ver el eclipse sin problema. La gente había salido a las calles, otros más se congregaron en parques o diversos lugares públicos para esperar el gran acontecimiento.
Sobrevino la noche efímera en pleno mediodía.
El eclipse ocurrió a la 13:24 y durante 6 minutos con 54 segundos, la luna cubría el sol en su totalidad. Todo se obscureció de repente. Sobrevino la noche efímera en pleno mediodía, ¡increíble!.
La temperatura descendió por unos momentos y las luminarias del alumbrado público capitalino se encendieron automáticamente provocando asombro en los habitantes de esa megalópolis.
Las aves empezaron a revolotear descontroladas de un lado a otro en una especie de caos.
En unos segundos, todo cambió y la naturaleza lo resintió, y también los que ahí estábamos. Algunos empezaron a gritar de júbilo, de asombro o de nervios, qué se yo.
Lo que sí sabíamos es que éramos testigos, como lo fueron apenas ayer en distintas partes del mundo, de algo singular, majestuoso y divino, quizá único en nuestras vidas, que se grabaría en nuestra mente y en nuestros corazones para siempre.
Y así fue.