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https://sptfy.com/O3tJEl hueco que me atraviesa,la desazón que me corroe,las incertidumbres que me pellizcan,las ilusion...
23/06/2023

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El hueco que me atraviesa,
la desazón que me corroe,
las incertidumbres que me pellizcan,
las ilusiones que me rasguñan—
   el corte rítmico de mis dolores deletrea tu nombre.

Pongo el dedo sobre tu recuerdo cuando debo indagar por el victimario que le ha dado exilio a mi esperanza. Lo que descose mi abrigo y me expone a la sórdida intemperie es la aguja de tus malos hábitos. Lo que raya mi disco, se repite como canción maldita y estalla las copas de mi salón es el eco de tu palabrerío inoportuno. El reflejo de cada espejo me trae las imágenes quebradizas de aquellas muecas en las que desconocí tu rostro y la forma de mi almohada mal-parodia la curvatura de tu pecho en el vaivén exacto de tu respiración donde dejé de hallar mi refugio. Los chispazos de la chimenea son ardorosas reminiscencias de cuando tu calor pasó de entibiar el cuarto a incendiar mis cimientos; el vaho del baño me sopla en la cara la metamorfosis de la frescura de tu aliento en humareda escociéndome la garganta. La decadencia del barniz en mis paredes conceptualiza con la caída de tus premisas y los estampados incongruentes en el decorado de mis pasillos se inspiran en tus puntadas sin hilo, en tus cuentos sin moraleja. Lo hogareño de este sitio en el que aguardaba por ti se ha deformado en lo sepulcral de este cementerio donde lamento tu partida y te vuelves raíz bajo mis tierras.

 Tu absentismo reside en mí.

Florence + The Machine · Song · 2019

https://sptfy.com/NyoP~s⚠️ TW: child abuse, implicit violence. MinHee transita los doce y medio cuando papá cruza un lím...
21/05/2023

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⚠️ TW: child abuse, implicit violence.

MinHee transita los doce y medio cuando papá cruza un límite tácito entre ellos. La mente apabullada y maltrecha de la jovencita luchaba contra el desprecio recibido, permitiéndose sobornar por ese cariño unilateral que le calaba tan hondo. Aunque ahora le parece un sentimiento lejano, es incapaz de señalar la ingenuidad de su yo-niña a cejas fruncidas. Se compadece porque aún, mucho tiempo después, no puede discernir del todo aquel hecho, tan frío de asumir pero caliente y desolador de sentir: su padre nunca la quiso. Nunca logró encontrar refugio en él, nunca veló por ella. Ni lo hará, por más deseosa que esté de que lo deslumbre una epifanía tal.
Pero en ese entonces, los cuentos de hadas aún le robaban suspiros ensoñadores y creía que, eventualmente, un polvo mágico caería sobre los hombros de papá y florecería allí amor auténtico, abundante para compensar la falta de una corta pero exigua vida. Y los abrazos no serían entre comillas, tirantes y dolorosos, sino verdaderos y gentiles.

La infantilidad de MinHee la retenía dentro de una esperanza fantasiosa. De espíritu pequeño e inocente, conforme a la edad, no podía abarcar la grandeza terrible del rechazo ajeno. No estaba preparada para romperse tan temprano, necesitada todavía de custodia y amparo. De aprender cosas más banales, como saberse las tablas con la repetición de su voz y soltar de a poquito la mano mayor para cruzar la calle sola. No angustiarse, tampoco retorcerse y perder el brillito de sus sueños aniñados así: prematuro y a secas.
Y no lo estaba todavía cuando sucedió, pero (ahí fue que el entendimiento sobrevino) él nunca se había detenido a considerar esas cosas, y de hacerlo, en realidad no le importaba.

Hasta el inicio de la preadolescencia, papá tenía las manos lo suficientemente guardadas en el bolsillo como para mantener a flote la ilusión de su hija. El término es infortunado de añadir, mas así lo sentía: era bastante pero no demasiado. Eran sólo empujones, sólo desgraciarla psicológicamente, sólo llevarla a donde quisiera con tirones marcados en la muñeca. Sólo una forma triste de lograr que se adjudicara la culpa, que luchara contra su sombra y en vano para que la quisiera, para ser la niñita de sus ojos y no la mocosa que le daba dolor de cabeza si la tenía muy cerca, pero también al retroceder y escapar de su vigilancia.

Sin embargo, llega el quiebre. El punto, por fin claro, donde MinHee recibe más de lo que a duras p***s es capaz de soportar. Los dedos grandes, las palmas rugosas que debían suavizarse al tocarla con delicadeza, rompen toda regla de moralidad al levantarse por encima de lo justo para otorgar una caricia. Y el encuentro con su mejilla es sonoro y no deja espacio a la confusión. A la ambigüedad. Y si hubiera quedado alguna duda, él supo resolvérselas después con pruebas todavía más concisas.

MinHee asimila en esa tormenta que el arcoíris nunca saldrá. Luego de su propia lluvia torrencial y los truenos feroces de su aparente cuidador, abandona el escondite de siempre para volver al origen de su dolor. Con pasitos débiles, va al encuentro de papá, durmiendo en el viejo sillón. Impasible, no se inmuta ante su presencia: la intoxicación y el descargo de ira siendo fulminantes hacia su energía.

La chiquilla, con una cabeza despejada pero muchas nubes en el alma, ofrenda un último gesto de devoción, una pequeña muestra de aquello que había anhelado recibir… hasta ese día.
El puchero amoratado, los cachetes enrojecidos, salados y secos. Las manitas temblorosas se estiran para acobijar a su papá con la manta que trajo del cuarto. Los deditos, flacos y fríos, regalan un último mimo en el rostro adverso, para dar así, también, un último beso sobre la frente.

Es la despedida del amor, el pinchazo a la esperanza de ser correspondida.
Es la ingenuidad de su corazón manchándose, entendiendo. Dejándose resquebrajar por primera vez.

https://spoti.fi/3Y4lxJVEl brillo es semejante al charol de sus primeros zapatitos, incómodos y relucientes. Pavoneándos...
21/05/2023

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El brillo es semejante al charol de sus primeros zapatitos, incómodos y relucientes. Pavoneándose cada vez que daba un salto en la rayuela y se oía el retumbe de la base dura, pero lamentándose luego, con ampollas al costado de las plantas, mamá pasándole crema y jugando a contar mal sus deditos para hacerla olvidar del dolor.

El rojo es intenso, resalta en contraste con el exterior neutro de la cafetería. La mesa gris le da una tridimensionalidad particular y ayuda a ensimismarla aún más en la comparación abstracta que la aferra a seguir apreciando, hilando sus recuerdos. Rojo como el labial de mamá que rompió al estampárselo en la boca tras robarlo de su cartera junto a un par de aretes, tardando en reconocer la usanza de ambos y así evitar un pintarrajeo desastroso por la cara y perderle una de las tuerquitas en el desagüe. La risa es vívida y le eriza la piel igual que cuando tenía seis, asustándose porque mamá la ha agarrado con las manos en la masa y teme la reprimenda. “De princesa a payasito”, no hubo enojo, sólo un pañuelo húmedo por encima del mentón y carmesí artificial yéndose por el lavabo.

Acaricia la manzana con una delicadeza heredada, imitando las manos que alguna vez cepillaron sus hebras con peine aperfumado y moño pomposo sujetando un cuarto de melena, estilo que arrastraría con cierta remembranza meláncolica y desapego improbable. Pasa a sostenerla del tallo, igual que al aferrarse de su palma cuando el terror nocturno la hacía rogar que se quedara para que la oscuridad no le hiciera “cosquillas malas” en la espalda cada vez que se daba vuelta. Así, dormía con mamá desparramada en la alfombra de su habitación, a dedos entrelazados y una nana suavecita.

Se atreve a dar un primer mordisco. Mamá tiene la primera de una extensa seguidilla de gripes. La risa se le hace ronca cuando MinHee quiere imitar su tos de forma aparatosa y se ahoga. Mamá lo hace después.

La fruta deja de ser dulce, empieza a clavar los dientes más rápido, acongojada. Quiere pasar las hojas de esas memorias casi sin mirar. No puede obviarlas, pero sí no estancarse en ellas a ojos de una multitud.

Cada vez que mastica, mamá se vuelve más flaca. Ya no queda cáscara, sólo pulpa y carne blanquecina, igual que ella después de cuatro meses postrada. Pero ese tono clarito se transforma gradualmente en amarillento.

La manzana se está oxidando. Mamá se va muriendo.

Cuando no queda nada que morder, ningún color fuerte que debilitar, el corazón es lo único que resta. Expuesto al peligro, a consumirse igual que las capas anteriores. Inevitable, pero la fruta tardaría más en desaparecer de lo que mamá lo hizo.

Al momento de tirarla a la basura, piensa en un cajón cerrándose y cayendo bajo tierra.

https://spoti.fi/40x20Df El viernes tiene el mismo sabor a nada que el resto de la semana y el par de días venideros. Ca...
21/05/2023

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El viernes tiene el mismo sabor a nada que el resto de la semana y el par de días venideros. Casi no hay cambios, no hay planes ni ideas ni revolver el armario en búsqueda de qué ponerse esa noche. Ni telefonearse con una amiga hasta el ascenso de la madrugada, estirando sin prestar atención el cable enrulado mientras da vueltas por la mesita de té, arrastrando las pantuflas. Ni proponerse un maratón de sus películas favoritas o correr rumbo a la heladería, con miedo de que les cierre en la cara, porque el antojo apareció muy tarde y muy fuerte como para dejarlo pasar. Ni simplemente lanzarse al colchón, hombro con hombro, a escuchar algún disco en su cacharro musical (sólo puede fantasear con un equipo más moderno) que altera los añejos círculos de plástico más que reproducirlos y tampoco le echa una mano a sus auriculares genéricos. Pero eso no importaría, porque cada traba de canción sería un pase libre para hablar de nimiedades, cuchicheos sobre famosos y quejas de adolescente promedio.

Distraída, sin querer desliza el filo del cuchillo contra el vidrio plano, cuyo resultado es un chirrido incómodo que la trae de vuelta a tierra. Y aunque todos los escenarios están metidos dentro de una nube fantasiosa, MinHee sí espera por alguien (a pesar de que no esté confirmado). La preocupación es el sentimiento que domina aquella jornada nocturna, mientras corta en pedazos chiquititos el pollo descongelado. Insulso y seco para ella, pero un manjar para quien hace rogar por su presencia.

Se devuelve rapidito, con plato y vaso de agua en una mano, mientras la otra va toqueteando los interruptores a su paso. No hay luces en la casa de los Kim después de las once, ni siquiera dentro de su cuarto. De ver el fulgor amarillo bajo el espacio de la puerta, él la abriría de sopetón para apagarle el foco y dar rienda suelta a su lengua viborosa una última vez, como forma particular de desearle las buenas noches. Sólo la lámpara de mesa es excepción a tal regla, pero se quemó hace dos días, así que tiene que amigarse con la serena iluminación que acompaña el frescor de la ventana, la cual es ojeada por una MinHee a la expectativa. Hay hambre pero no apetito, como de costumbre. Igualmente se mete un trozo en la boca para aminorar la ansiedad entre masticones desganados. Termina escupiéndolo sobre el plato, a paladar descontento y nariz con arrugas. Opta por sacar un lápiz del cajón para repetir el mecanismo, sentándose frente al escritorio con la palma sosteniéndole el cachete.

Hace días que no la ve ni por los techos. No le sorprende si a veces se pone exquisita y no cabe en su agenda, repleta de callejeos y husmeadas a tachos de basura, el pasarse a visitarla. Siempre y cuando la señal de vida le llegue a MinHee. Y sabiendo lo brava que es, con algunas cicatrices repartidas y sus pintas habituales a pelaje alborotado, difícil no imaginarse lo peor.

Una pelea, un perro.
Caída del techo, un atropello.
Veneno, los pinches de las rejas.

Un maullido.

Vuela una pantufla mientras se lanza hacia la trabita de la ventana y el frío, ahora sí, entra sin piedad, pero también una figura monocromática y pequeña, dando botecitos sobre la mesa con el hocico alzado, olfateando su cena.

—Boba, me tenías con el corazón en un puño.

No hace caso a sus lamentos, sólo enrieda la cola al aire mientras el pollo casi triturado le es fácil de digerir. MinHee la inspecciona por encima, apretando los ojos hasta que la vista se le difumina un poco, pero es que está tan oscuro y ella es tan negra.
Se desploma nuevamente en el asiento cuando su chequeo a (medio) ciegas da luz verde, sin heridas nuevas ni preocupaciones a la vista. Con eso, clava el mentón contra la madera donde la bola de pelos está agachada. MinHee hace puchero. Traicionera, piensa.

—Entonces me has abandonado porque sí.

Sus manos colgando tantean el pie del escritorio, mostrando un paquete de cartón secreto que analiza y luego abre. Estruja la pipeta anti-pulgas con temor y remordimiento, como si fuera a clavarle un puñal por la espalda. Nunca se la ha puesto, pero las ronchas rojizas y molestas que aún le pican de la última vez que durmieron juntas no consienten echarse hacia atrás, ni cuando la compró a escondidas con el vuelto de las cervezas de papá ni ahora, acercándose sigilosamente al punto centrado bajo las orejas.

Las facciones de MinHee son un engendro del asco y del suspenso, dejando que el líquido viscoso salga por la boca del producto. Ella, la de cuatro patas, se digna a mirarla segundos después, en medio de una relamida. Desinteresada.

Con michi viva y (próximamente) sin pulgas, el sueño reprimido da plantón y la hace bostezar. Cierra ap***s la ventana, para que su invitada pueda irse cuando quiera. Convenientemente pronto, porque papá no sabe ni puede saber. Se mete bajo sábanas, maldiciendo en susurro cuando siente patitas carbón hundiéndose sobre ella.

— Claro, tú sólo deja que tus bichos salten por mi cama, zaparrastros- ¡ay!

La gata, tan liviana como su mochila, se vuelve de hierro cuando pasea sobre sus costillas, sintiéndole las huellas casi que contra la espalda al transitarle el pecho. Le cierra la boca repleta de protestas con sus ojos amarillentos lanzándole hechizos de amor una vez que se recuesta cerca de su clavícula. No debería, pero la deja. Incluso le palmea el lomo, desdeña no estar en su posición predilecta y le hace con el índice sobre la nariz húmeda. Una morocha empieza a ronronear mientras que la otra cierra los ojos y se duerme tiesa pero bien acompañada.

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21/05/2023

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⚠️ TW: parental abuse, violence.

Se va de casa a las seis y treinta. Un grito es cercenado por el súbito estruendo de la puerta principal. No necesita dejarlo fluir para adivinar el insulto ni escucharlo concienzudamente para que le cale hondo.
El paso es diligente hasta doblar por la esquina. Nunca mira hacia atrás. Cuando se siente fuera de la órbita del huracán, permite arrastrar los pies y sobarse donde duela. Traga tantas veces como le sea necesario, buscando quitarse el atrofio en la garganta, la bola de llanto, la frustración contenida, .

Tiene cuarenta minutos para bajar del frenesí, el camino al colegio sólo toma diez.
Dar vueltas es más que una forma rutinaria de no llegar demasiado temprano: simboliza una proyección del dilema que reprime y doma su vida. Escapa cada mañana, sin embargo, vuelve a él mucho antes de encontrarlo acentuando su decadencia (y la de ella) en el sofá, tras la hora de la siesta.

Papá sigue ahí, está en todos lados. Lo siente en el ardor de sus rodillas, enmascaradas con medias oscuras en una mañana rayada a dorado y brisa tan imponente como un suspiro. Es él quien martilla su nuca y le hace latir la sien. Lo ve detrás de las sombras de cada silueta masculina que, casual e inconscientemente, cruza por su lado e implanta delirios y alarmas ruines hasta que abandonan la periferia. Lo tiene subido a los hombros, tensos y carcomidos por una rigidez que no se extingue. Un miedo que persiste aún en la lejanía. Morado y rojo son parte de su idiosincrasia. La angustia deletrea su nombre con los estrujones cariñosos entre padres e hijas, despidiéndolas en la acera de la entrada a la escuela y pareciendo respetar y velar por la sangre de su sangre de una manera que ella desconoce.

En el titubeo de su voz, en la ropa que le baila, en el estómago cerrado y los huesos colisionando con la piel fría. Papá sigue ahí. No hay refugio ni sosiego para MinHee, porque papá siempre está.

https://spoti.fi/3PT0w0y―Temo que siempre sea así, ¿sabes?La rubia detiene la caída de sus pantalones justo por las rodi...
05/02/2023

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―Temo que siempre sea así, ¿sabes?

La rubia detiene la caída de sus pantalones justo por las rodillas. Dos pares de ojos se vuelven a enfrentar; los de Sabina están doblegados por el aturdimiento mientras que los suyos destellan humorada. JingHua se machaca la sonrisa entre dientes previo a elaborar.

―Los hombres, digo. Que sólo pueda tener este tipo de relación con ellos. Superficial, vacía, codiciosa. Con esa intimidad que no escapa de bajarse la bragueta y empujarte al colchón. No quiero generalizar, pero lo veo en todas partes... cómo las mujeres se casan con desconocidos. Y ahí quedan, tomando el apellido de un ajeno que no indaga ni se permite indagar. Es frívolo, pero aún así se desviven por ello. Mamá lo dejó todo por perseguir a mi padre y lo único que tienen en común es una hija. Sólo eso pueden engendrar de un vínculo así, a otra persona. Es lo más vivo que han de tener. Se miran y hay barreras inquebrantables de por medio, no sé si no lo saben o no quieren hacerlo.

A Sabina le cuesta aceitar el engranaje mental y dimensionar la verborragia que recibe de sopetón, todavía encogida y con la mezclilla empuñada entre dedos. Jin, entonces, derrapa con una risotada floja que le retuerce el estómago descompuesto de alcohol, presionándose encima del ombligo para lidiar con la súbita náusea. La cuestiona a cejas arqueadas, creyendo hilarante cómo ha desarticulado la poca entereza de su compañera.

―¿Te pondrás el pijama o...?

―Voy. Es que... no lo sé. Mis padres sí se quieren. Genuinamente, digo ―ante ello, la china se enrosca sobre la cama con tintes de drama y sisea un finito «ouch», pronto teniendo a la de flequillo elevando las palmas y negando profusamente―. No- no me refiero a... no te lo estoy echando en cara. Pero yo creo que existe algo más. Ellos me dan esa esperanza. Sin embargo, reconozco que no es lo usual.

JingHua pausa unos segundos para contemplar cómo la tailandesa se digna, por fin, a desvestirse. No piensa nada al respecto, mucho menos adormecida por la embriaguez; sólo detalla las curvas antes de que se pierdan en el holgado atuendo. Pestañea y su mejor confidente ya se ha pegado contra su hombro, ambas mirando el mismo punto en el techo.

―No creo que seas una ingenua, antes de que lo aclares. Mi pesimismo es más ilusorio y circunstancial que tu creencia. Se puede aspirar a otra cosa, seguramente.

―¿Entonces sí hay chance de que encuentre a mi príncipe azul? ¿Mi «felices por siempre»?

―Tampoco exageres.

Golpe en la costilla y desinflarse los pulmones entre risitas que mueren rápido porque aún el tema les exige reflexión. Jin tuerce el rostro y luego la boca, al recabar que Sabina quizá se ha quedado prendida de su desolador alegato. La vuelve a codear.

―Hey, nunca me tomas en serio cuando lo necesito. ¿Por qué ahora sí...? Mírame. Te casarás con un hombre occidental de metro noventa que sí te va a ver, escuchar y conocer. Y me sacarás el dedo medio cuando pises el altar. Me probarás tú lo equivocada que estoy y no sé si serán siempre felices y comerán perdices, pero valdrá la pena. Sabrá que todo lo repites tres veces, que cuentas las mismas historias y no por olvidadiza, así que no te vendrá con un «oye, esto ya lo he escuchado». Pondrá cara de sorpresa cuando le relates de tus proezas en la infancia, porque vives de la nostalgia y constantemente buscas cosas que te devuelvan allí ―de un lánguido suspiro bota hasta lo último que ha juntado de aire―. Y… blablablá. Todo eso, ya sabes.

―Alguien como tú, en síntesis. Anotado.

A la estadounidense se le desfigura el rostro por lo osado de la comparación, pero lo encubre con ojos en blanco y picardía filosa en la mirada.

―Estás obsesionada conmigo, Sabina.

―Si algo te colgara entre las piernas, quizá.

―¿Segura?

Es casi ridículo, además de inesperado, que un ida y vuelta de jugueteo barato adquiera una entidad tan mordaz. Párpados bien abiertos, respiración estática y pupilas indescifrables que se entrecruzan y arrebatan mutuamente el raciocinio. La gravedad parece deformarse y tirar de los hilos que las distancian; esa cercanía peligrosa se les impone y aclara los matices de la situación. Es aquello lo que siembra una mezcla de pánico y ardor. Entienden lo que se está desencadenando, pero no pueden (¿o no quieren?) librarse del estupor y acogotar la eminencia de la escena que m***a vuelo cuando no hay más centímetros por barrer.

Lo platónico se abolla ap***s la saliva de su más íntima y recatada amiga le embadurna los labios. Entre la pluralidad de consternaciones, es la saña con la que se rozan lo que se lleva el galardón y comprime su tórax. Se jalan, muerden y revuelcan con una desesperación que es más que ansia reprimida; pretenden desbaratar la conciencia a punta de estímulos abrumadores para retardar el peso de las secuelas venideras. Sabina es temblorosa y desordenada y JingHua no recaba ni un ápice de cortesía al forzarse contra su cuerpo y picarle con las uñas. Se apresan hasta que los puntos de contacto se entumecen y están tan rojas como pálidas al reencontrarse en el plano terrenal.

Contra todo pronóstico, ambas ríen como si no acabaran de joderla, pero en la dilatación convulsa de sus ojos el miedo es tangible. Cuando una percibe que el terror de la otra está cogiendo efervescencia, le clava el tapón con un beso más. Luego dos, tres y las cifras pierden sentido. Así como eventualmente lo hace la idoneidad de aquella táctica, pareciéndoles juicioso decantarse por burlar el resguardo de sus prendas (y de sus límites también)

https://sptfy.be/sxuvmManía de escurrirse, de que el barullo mental no la atrape. Perdida antes de perderse y si la encu...
06/12/2022

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Manía de escurrirse, de que el barullo mental no la atrape. Perdida antes de perderse y si la encuentran, ya no es. Es un hallazgo a medias, lo vago de saberla allí pero sin la misma esencia. Algo cambia cuando escapa, quizá lo descubras o el tesoro se encierre en otro páramo. No, la brújula no miente, no la cuestiones, pero porfiarse con ella es abuso. Se desdibuja para que las coordenadas malogren, inválidas como preguntarle y que la respuesta sea clarita y no un garabato con la lengua. Derecha cuando izquierda y ya me perdí antes de perderla. No confundas tanto, no seas esta ambigüedad mal-vestida de mujer.

(Pídeme lo que quieras menos un céntimo de precisión, el sí verdadero, el no rotundo. Abraza mis senderos, tantos que son uno, o da vueltas por otras sombras. No hay porqué encajar a duras o crujir dedos por un zapato. Qué remedio tiene codiciar tu estadía, si yo estaré allí cuando decidas venir aquí. Me habré perdido en la costumbre maldita antes de que preguntes, antes de que responda).

https://spoti.fi/3y2pmmWDe coraza a gelatina transparente. Ha procurado desterrar los extremos de sus preferencias y ahí...
30/06/2022

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De coraza a gelatina transparente. Ha procurado desterrar los extremos de sus preferencias y ahí está, sin embargo: presa entre los saltos de un punto máximo al otro imperceptible. ¿Por qué le cuesta tanto conciliarse con la tibieza? No quiere temblar más, tampoco arder sin razón. Necesita su coherencia, la vieja y confortable usanza del control total de sus carriles, aquel camino vacío pero seguro. Llano, limpio, soez. Monótono pero imperturbable.

Se necesita de vuelta. Individual, sin manadas ni un sitio al que mirar con añoranza por detrás. Sin reemplazar la mochilita menuda por una valija desarmada, abarrotada de simbólicos sentimentalismos que no cierran por ningún lado. No caben, sino que se derraman. Manchan.

Se extraña tarareando “I'd Like To Walk Around Your Mind” mientras corretea hacia un nuevo escondite, perjurando al son de la liquidez del vínculo. Siempre atenta a la fecha de caducidad para tirar la bomba de humo y lanzarse a la persecución de nuevos mañanas. Tan ida pero extrañamente racional, de pies ligeros pero convicciones íntegras. Saliendo con poco, volviendo con nada y encontrando, aún así, cierto encanto a volar sin dejar huella. Vivir desde la superficie, sin beberse el café entero ni pedir que le guarden las sobras para después.

Se quiere con sólo los raspones en las rodillas y los únicos reproches de su (mala pero conveniente) vida nómada. Sin gloria pero sin pena. Sólo estar un rato aquí y allá. Mirar y salirse antes de que su fisgoneo la ponga en aprietos.

A veces anhela rebobinar y abrazarse una vez más, a esa que nunca se dejaba estrechar. La nostalgia de no pertenecer se materializa cuando retumba el dolor de su primer apego; las inconsistencias de sus pisadas mientras transita entre baches, las rutas de vuelta a esa casa que ya no tintinea en su pecho y le cuesta alcanzar. Extraña su deriva cuando la que tiene ahora está bajo el mando de hilos ajenos, también la facilidad de la huida cuando no puede salir (más) de las presiones que la tienen engrapada a un sitio que no parió sola.

De tanto en tanto, quiere volver a la liviandad de quien sólo se deja despeinar por el viento.

https://spoti.fi/3YpFACgEn el ocaso, tus pupilas se dilatan y cada rayo perdiéndose revela esa intención (ahora tan tuya...
30/06/2022

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En el ocaso, tus pupilas se dilatan y cada rayo perdiéndose revela esa intención (ahora tan tuya) de abandonarte a la noche y no volver más al naranjo que tan bien te supo acunar las mejillas.

Dejás atrás la ventisca densa, haciendo entrega impía de tus mejores días, donde sabías jugar en blanco y perder sin cólera. Ceder a la impasible adversidad sin desdibujarte. Querer sin cuentagotas.

Se te va el claro de tus buenas intenciones en el robo austero que hace la neblina fría y vos simplemente mirás, sin perseguir ni rechistar, lo fácil que es desplumar las alas que alguna vez te trajeron hasta acá.

Te despojás del «vos» que más lejos te llevó. Lo desdeñás como quien tira la vieja reliquia del abuelo, sin reconocerle ni la más vaga imposición de un peso sentimental, sin cortesía a las historias concebidas por su gracia, sin pensar en las memorias que se quedan sin aposento ni resurrección.

Lo entregás – al corredor de la muerte sin gloria, al adiós sin palabras intencionadas, al abandono sin esfuerzo. Al olvido desmerecido, carroñero.

Y me lo das a mí, que estoy llena de un estima que es casi materno, como si recibiera al inconcebido que en mi vientre no germinó. Entonces te miro, a ese viejo y protegido amante, que supo defenestrar mis reinos de impudicia y aparecerse con un encanto alado que subsanó aquellos lapsos de hambruna y escepticismo. Al que redimo con el poco honor que me resta, en medio del riachuelo podrido de impotencia y rencor.

Y te miro, otra vez, a ese invasor que creí momentáneo, al desconocido que, sin valentía ni derecho, trae en sus espaldas mis más añorantes alientos, la revelación de mis texturas más crudas e intrínsecas. Te entierro y me ojeás desde arriba; te esquivo, lamento lo mío y lo tuyo. Me enfrasco en un duelo doble mientras lanzo la tierra que supo ser, alguna dulce vez, prometida.

Y así,
me quedo con vos
pero sin vos.

https://spoti.fi/3Ylq2iOConociendo lo desconocido no se llega a nada, lo sabe. Pero tampoco ha alcanzado conclusiones fr...
28/06/2022

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Conociendo lo desconocido no se llega a nada, lo sabe. Pero tampoco ha alcanzado conclusiones fructíferas lanzándose a la aventura súbita, volviendo siempre con sabor a poco. El retorno de por sí es desesperanzado, pues de haber encontrado una buena ruta no se estaría devolviendo a su pocilga. Más rasguñada que ayer, menos sabia que cuando embarcó, y es que los moretones en la cabeza le hicieron derramar otro tanto de raciocinio obtenido. No vale la pena, deduce. Y tal hábito no cesará con la falta de una válida demostración de lo contrario.

Mira por la ventana, pero ni se asoma fuera.

Aprende, muy a duras p***s, de lo que ve y no siente. Porque el sentir no le ha propinado mejores resultados. Se mantiene nula, por lo tanto. Bebiendo té y contemplando el barullo que no es propio sino muy ajeno, incluso tiene la osadía de prestar su voz como consejo. Qué descarada.

El auto-convencimiento son los enclenques palitos de madera que sostienen esa forma de hacer: no haciendo. Siempre al margen, balbuceando el mantra de que así esquiva dardos. Sin más que pasos al costado para evitarse las piedras en los caminos venideros, ese era su fiel supuesto. Teoría y no práctica. Inexperta pero creída. Arraigadísima a las puertas cerradas y a los abrigos hasta el cuello.

Pero los desprovistos siempre son un acecho implacable y se queda sin ese pobre amparo de un sólo soplido. No hay voluntad propia, sin embargo, cuenta como incentivo. Nada más que la intemperie la recibe; un entorno vívido y revuelto que le roza los hombros y amenaza con circularle cada vez más cerca. Tiembla, encorvándose, buscando alguna piedrecilla donde refugiarse. Pero antes de poder registrar la periferia, una mano se le impone, ofreciéndole una nueva ronda de búsqueda del tesoro.

Otra vuelta a la tuerca oxidada.

Los cinco dedos están cubiertos por un guante de experiencias, sensaciones y sabores. El aura que emana es tan denso como la miel, puro impulso tentador. Engatusa su instinto o le permite resurgir; en ese breve momento, no importa. Sólo enfatiza el roce cálido entre pieles desconocidas, los primeros empujoncitos de tal unión y los pasos torpes de quien perdió el hábito de echarse andar.

https://spoti.fi/3Y6jNzDLa coherencia es un lujo demasiado brillante y ostentoso. Yo nunca fui de élites.Dentro, fuera, ...
28/06/2022

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La coherencia es un lujo demasiado brillante y ostentoso. Yo nunca fui de élites.

Dentro, fuera, por arriba y entre medio, soy chapa barata, marrón por lo oxidada, con manchones de pintura azul resquebrajándose a pedazos como gotas de un tono a medio mezclar. Ese es mi lecho: el límite confuso de las mitades paralelas. Puedo ser el vaso medio lleno o vacío. Lo que importa es la línea finísima que separa el líquido del aire, esa raya que vagamente distancia un lado del otro. No podría saberse [saberme], sino, qué está vacío y qué está lleno. Qué me falta, qué tengo. Qué soy, qué aún no logro (por fortuna o incompetencia) ser. Es el límite de mi cordura o locura, depende de qué lado se quiera atender.

Si no se trazara esa línea que los separa, mis colores no distarían del otro, cual revoltijo del que no podría tomar nada con certeza. Me veo, también, como una manta hecha a rejunte de telas: por gracia de que existe un hilo que los sella es que esos cachos tan dispares encajan, se vinculan y son extrañamente funcionales. Se aúnan, cooperan, abandonando la fragmentación y el despropósito.

Así tengo forma, así estoy completa.
¿De qué? No lo sé.

Sólo conozco mis líneas, aún si a veces parece que me deshilacho y que el vaso tiembla y la raya se difumina. Sólo sé que hay una menuda e intrínseca recta que me sirve de eje, de punto de partida para averiguar qué hay entre una y otra cosa. Y cuánto. Y por qué.

Es confuso. Incoherente (e insisto, porque creo que es lo único claro de mi travesía, de mi manta, de mi vaso). Sin embargo, reconocer que hay cosas irreconocibles, irresolutas e irracionales en mí, en todo, es un hecho, una conciencia (aunque pequeña) que me sirve para comenzar a despertar de mi letargo de revelaciones. Incluso saber que no sé es un conocimiento, saber que no sabré —no todo— es una evidencia, una herramienta para orientarme en este viaje sin brújulas ni directrices.

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