El dibujo de una flor.

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El dibujo de una flor. The story of a damsel in distress is told.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ❝ 1822 ❀ BUT I (YOU) KNOW I MISS YOU – ONLY KAT.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤNo existía mayor gratitud que el canto de los pája...
03/07/2024

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ㅤ❝ 1822 ❀ BUT I (YOU) KNOW I MISS YOU – ONLY KAT.
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No existía mayor gratitud que el canto de los pájaros, esa melodía atravesando el paraje cuando el sol brillaba en lo alto y revestía las flores luego de una suave lluvia. No podía asegurar que el invierno le pudiese otorgar la misma imagen, disfrutaba del olor a tierra mojada inmiscuyéndose en su nariz y la suave brisa helada acariciándole las mejillas, pero no existía temporada alguna en la que no extrañara la melodía de las aves y colorido paisaje de las flores. ¿Cómo era posible? Con sus pechos brillantes al sol, protegiéndose del calor en aquel charco de agua creado tras el riego del jardín por esa lluvia matutina. Sentía el calor sobre sus mejillas y al igual que su empuñado corazón, quería ser como ellas: libres, diestras en el canto y vistiendo los mejores colores que la naturaleza podría otorgarles.

Se preguntó si eran felices, si aquella libertad no traía consigo esas consecuencias de las que tanto le hablaron y tanto temor le era infundado, pero quién lo diría: Katarina se sentía propiamente «ella» mientras las observaba de camino a la ciudad más cercana. Tal vez en algún momento había sido un ave, libre y fugaz, pero débil como el pétalo de una rosa. Tal vez la vida la había hecho una humana por el furtivo deseo de su alma durante estos últimos tiempos volando sobre los aires. Desconocía los misterios del mundo en el que yacía, esos mismos que describe entre sus pinturas dándoles vida con la tonalidad de sus carcajadas, pero la sencillez se basaba en no saber cómo resolverlos y simplemente aceptarlos.

ㅤㅤ—Y el aroma de una flor… ¿Podrá ayudarme? —Suave, lento y preciso, anheló mientras el carruaje albergó un camino distinto.

No era fácil para su alma solitaria, carente de amistad y perdida tras el abandono de un ser al que revestía en sus sueños. Las celebraciones la acechaban y, aunque el rimbombante palacete era movido por un séquito remunerado preparado para las ofrendas venideras, Kat recordó la ejemplar organización de su hermana. Katherine tenía sus habilidades –muchas– que desde temprana edad hurtaron la admiración de su hermana menor, una muchacha menuda, inquieta y sobrante de energía cuando la temporada de primavera se acercaba. Tintineante y misteriosa la observaba ejecutar sus órdenes provista de una docilidad única, propia de una dama preparada para el cargo supuesto a heredar sobre sus hombros y, aunque la esperanza de la familia no vacilaba gracias al futuro que esa mujer les alimentaba, su abandonó implicó más que sólo una pérdida emocional.

ㅤㅤ—Los tulipanes, los bonitos tulipanes azulados… —pronunció junto a uno de los puestos de la feria—. ¿Son de los Morrison? —y la mujer asintió obsequiando un último tulipán por la generosidad de su compra.

El mozo de doncellas, el encargado de sujetar el cesto, siguió sus pasos por muy atareados y veloces que fueran, pero quién era ella para atribuirle más disturbios a su vida. El próximo puesto de hortalizas distinguía un público más adepto: muchachitas en sus edades joviales, doncellas que el año entrante emprenderán su camino en la novedad del matrimonio y que, para ese entonces, basaron su entretención en el viaje de rumores.

ㅤㅤ"—¿Lo escuchaste? Katherine Wentworth ha vuelto —", murmuró la rubia.
ㅤㅤ"—¿Será porque Lady Katarina tampoco logró casarse este año? —", le respondió la amiga.
ㅤㅤ"—No lo sé, pero dicen que viene con un apuesto muchacho —", y las risas surgieron, tan propias del veneno que a esa edad podían entregar.

Lo sabía, no era una desconocida, la hurtadilla de sus palabras tenía una intención malévola, pero no era la primera vez que el rumor acarició sus oídos. No desde que la servidumbre parecía tener los ojos sobre ella misma al culparla por la repentina aparición de su misteriosa hermana. Y ahí, seleccionando las hortalizas más frescas, reprendió la osadía de la lengua humana capaz de opacar el canto de los pájaros por causa y efecto de dos hermanas que no sabían cómo perdonarse.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ❝ 1820 ❀ BEING COURTED. IS IT TIME TO SAY GOODBYE – ONLY KAT.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤEl primer cortejo tocó la entrada de ...
20/06/2024

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ㅤ❝ 1820 ❀ BEING COURTED. IS IT TIME TO SAY GOODBYE – ONLY KAT.
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El primer cortejo tocó la entrada de su morada con la bienvenida de aquel verano. El canto de los pájaros merodea cerca de sus oídos como si buscara advertir algún rasgo de hastío hacia la sociedad y, en efecto, no estaba lejos de ser cierto cuando veía que los años pasaban y sus amigas entraban a una vida dispar a la que ella estaba acostumbrada a vivir. Su inclinación dejaban de ser los libros y la tenue pintura sobre los lienzos, pero aunque las figuras varoniles eran parte de su inspiración –un atractivo desde los años de su adolescencia– Kat, no veía el mismo resultado para ella.

Veinte años, veinte hermosos años mientras sus amigas daban a luz su primera criatura, y ella, todavía sumergida entre el aburrido ropaje de siempre. Envidiaba las aventuras de una mujer casada, al menos algunas, porque ciertamente no todas podían g***r de aquello que se llamaba amor, pero ¿Qué tan diferente podría ser para ella? Había tocado su puerta una vez y, pensando que nunca volvería a ser así –mucho menos luego de intentarlo en cada época–, perdía la esperanza.

Las propuestas eran infinitas, las visitas aún más, pero ¿Acaso era ella la culpable de tener expectativas propias del romanticismo? O tal vez, de esperar ver el claro reflejo de «su rostro» en aquel mozo que se presentara junto a su puerta. Conocía las interrogantes, pero no las respuestas, un arte propio de una mujer que no era feliz y que, en el instante desafortunado en que aquel llamaba dispuesto a hacer saber su nombre con anterioridad, sufrir el resultado predestinado.

Katarina no tenía opción más que la sujeción de lo único –o al menos como lo había hecho sonar– que quería su padre: aceptar la bienaventurada visita de un sujeto que desconocía. Su propia edad era memorable y, tan bien como había meditado, los días de juventud se desparramaban entre sus dedos a punto de caer al abismo. Con un futuro incierto y un mundo gobernado por el s**o masculino, Kat no podía seguir su instinto independiente.

Entonces, sentada de piernas ligeramente dobladas por lo que la sociedad hacía llamar un adecuado «futuro» y, acompañada de una postura digna de una doncella, preparó su mejor sonrisa inclinando su cabeza cuando la imagen de ese individuo tomó forma en el umbral de la sala del té. Para su suerte –y claramente porque tampoco podía– era acompañada por la única prima que le quedaba y Bridget, su sirvienta y amiga más cercana.

ㅤㅤ—Buen día, señorita Wentworth —saludó cordialmente a lo que Kat respondió con la misma cortesía—. He aprovechado mi reciente visita a la ciudad para hacerle un humilde obsequio.

Su pronunciación era excelente, peculiar y adornada por un placentero tono que, si bien era del gusto de la muchacha, no alteraba ni el más mínimo de sus ritmos. Podría culparse a sí misma por no acceder ante la ofrenda, ante el cortejo de aquel sujeto atractivo en rasgos y título, pero qué podía hacer cuando su corazón parecía sellado ante el amor.

Aún así, las opciones continuaban siendo minúsculas.

Entonces, visualizando el apetitoso vestir del sujeto y la insignia poseyendo su solapa, la joven doncella lo recibió como el último invitado de esa tarde –o al menos, así deseó–. Desde su alcance, su aroma era excelente y agradece no ver en su rostro el amortajado dolor de los años: un hombre que buscaba una imponente mujer para dejar su fruto y originar herederos a destajo. Típico y, en efecto, ¿Cuál era esa innegable inclinación por ver en las doncella nada más que el simple uso carnal? Sublimes al placer o a la generación de una línea genealógica, sí, no habían más motivos ni mucho menos aquello que se llamara amor.

No existía el azulado cielo mirándolos mientras caminaban por la suave hierba ni las sonrisas de complicidad de un corazón ataviado de dichos imposibles de hilar el comienzo de una conversación, en efecto, las tardes con Edward regresaban a su memoria y se esfumaron como un cuento imposible de recrear, pero al menos, aquel sujeto extendiendo sus manos con aquel ramo de flores parecía ser una buena opción.

La joven le sonrió, he ahí con la pronunciación de sus comisuras y el ensanchamiento de sus mejillas curvando sus ojos. Sí, sus rasgos asiáticos podrían ser un detalle a juzgar, pero divinos eran los ojos que la veían y que la catalogan como una joya que deleitar. Discriminaba el ausente dorado en sus cabellos y iris coloreado simulando el oleaje del mar, pero ¿Acaso la belleza yacía sobre ellos? Los atributos de Kat no eran inadvertidos cuando el día llegaba y su puerta incitaba a las venideras visitas.

Sin embargo, ahí estaba, correspondiendo a su sonrisa mientras se ponía de pie y recibía aquel obsequio perfumado. Entonces, sentía la presencia de su prima a un margen de la escena y, entre miradas discretas, blanqueó sus ojos augurando auxilio, pero no, se consoló con la idea de que esa sería la última visita.

ㅤㅤ—Soy Edward... —escuchó y Kat, como si fuese abstraída por un universo paralelo, sentenció su mirada y se plasmó en aquel sujeto. ¿Cómo era posible que, hasta entonces, sólo conociera su apellido? Y ahí, se atrevió a decir: —Un nombre atractivo… —La sonrisa del varón volvió a secuestrar su mirada y, como si estuviera implorando ser salvada una vez más, le recordó al jardinero en sus años pasados, uno que en realidad siempre aparecía en su memoria.

Lo invitó a ser parte de esa ceremonia mientras sus dedos tantearon la fina tela que envolvía el obsequio floral. Le gustaban, el color amarillo y azulado era atractivo en compañía del otro. Podían tener un significado profundo en cada pétalo, pero en los hombres no existían mayores detalles a la hora de otorgar el favor femenino, en efecto, aquellos no eran más que detalles provistos por una doncella o por alguien que conocía el arte.

La sonrisa surcó sus mofletes pintorreados de un rosa fresco, por un instante, distinguió un agitado corazón golpeando en la profundidad de sus entrañas, un movimiento en falso que irradiaba felicidad sin igual, pero ¿Serán las causas de su semejanza? No veía los acostumbrados ojos rasgados ni el pelo oscurecido del muchacho de su infancia. Frente a ella yacía un sujeto de perfecta postura –sin indicio alguno de haber vivido una niñez precaria– y cabellos castaños.

Entonces, le volvió a escuchar:
ㅤㅤ—Desearía tener el honor de pasear con usted antes de que la temporada llegue a su fin... —un pequeño canto simulado en la perfección con la que atractivamente se expresaba—, pero lo dejo a su disposición.

Y Kat volvió a alzar la mirada desprendiéndose de aquellas flores. Los días transcurrieron, la imponente voz de su padre dándole órdenes y quehaceres como vil gobernador sobre su vida, le habían hecho olvidar la experiencia de sentirse propia. Fue ahí, con una mínima frase que Katarina volvió a recordar quién era, entonces, Edward –quién no era 'su' Edward– obtuvo una nueva sonrisa como gratitud por parte de ella.

ㅤㅤ—Agradezco su muestra de respeto… —añadió, pero la menor de las Wentworth no tenía intención alguna de dejarse «caer» tan fácilmente, mucho menos cuando veía en él ese resplandor sólo visto –en el pasado– en la prolijidad de aquel jardinero.

Regañada con la mirada de quiénes les observaban y, Kat, poniéndose de pie a la par que adjuntaba las flores sobre las manos de Bridget, rodeó el sillón donde el hombre reposaba. Le observó deslizando sus dedos por el respaldo del mueble mientras su rostro advertía yacer en un campo distinto.

ㅤㅤ—Tal vez podría hacerle el favor... —despreocupada, aunque para sus adentros, parte de ella se deleitaba con la ansiedad—. Sólo espero que para entonces... no se haya ido.

A espaldas de él repasó en su mente las mil y una decisiones que tomó en el proceso mientras distinguía la profundidad de sus deseos aflorando aromatizados por los pétalos de la ornamentada estancia. Miró al cielo –o lo poco que podía entregarle aquel espacio del ventanal– y, tras emitir un delgado suspiro, volvió a retomar su posición en el marco visual del acompañante.

«Tal vez es hora de que quedes en el olvido», murmuró, pero el supuesto no reparó en los vocablos femeninos ni mucho esperó ella que lo hiciese. Ahora su espalda era parte del júbilo ajeno y, aunque de vez en cuando le otorgaba los rasgos finos de su perfil, decidió arrancar las hojas de su pasado para plasmar unas nuevas.

ㅤㅤ—Espero no se arrepienta de su decisión, su señor…

Compartiendo la postura entre ambos, aquel hombre –al tenerla de frente y nuevamente en medio de aquellos pulcros sillones– aceptó el toque de su mano tras la doncella habérselas otorgado. Katarina se mordisqueó las mejillas a barbilla alzada mientras lo veía deslizar sus labios hasta plasmar sobre el dorso un fino beso y, en efecto, recordó la ofrenda poco vivida en sus recuerdos con el protagonista de esos tiempos, sin embargo, ausente en su presencia: ese mismo beso, fue distinto.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ❝ 1820 ❀ THIS LOVE I HAVE, THE ONE THAT WAS FOR YOU – KAT & EDWARD.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤImpecable dibujó los trazos de ...
20/06/2024

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ㅤ❝ 1820 ❀ THIS LOVE I HAVE, THE ONE THAT WAS FOR YOU – KAT & EDWARD.
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Impecable dibujó los trazos de su perfilado rostro iluminado por los inocentes rayos de sol. Un brillo que no discrimina sombras y que a detalle elude el criterio de cualquier receptor visual, en efecto, Kat lo observa desde la entrada a pesar de que los días de estancia se prolongan y Edward parecía más propio en el hogar de sus años pasados. ¿No es el tiempo el que mejor disimula la realidad? Quién lo diría, el tiempo transcurrió y el muchacho de un trajín despreocupado que conoció, en el presente gobierna la misma suerte que su padre entrado en edad, ahí, caminando por el mismo pasillo de rosas a las que le había dedicado su juventud mientras ella grabó la última línea del carbonoso opúsculo.

Perdió la cuenta, pero el recuerdo estuvo intacto aunque la suerte se aflojó de entre sus dedos y la repudió tras el sabor de una amarga deriva. Sus días como doncella aferrada a la inocencia eran contados cuando el próximo cortejo tenía hora y fecha en la sociedad, en efecto, la más joven de las Wentworth cumplía la edad máxima –o tal vez sólo era una exageración– para crear admiración en algún señor incauto deseoso de tener una mujer a su lado, y es que, para entonces, la muchacha sucumbía en huidas que la alejaban del acostumbrado proceder social.

Sin embargo, sus escapadas tenían un motivo, uno que continuó sumando en su corazón y relatando nombre y apellido: un amor fallido.

Arremeter contra la hoja satinada de su atractivo perfil colmó la escasa paciencia embadurnada desde el día de su llegada, ciertamente distinguir su rostro –sea por un dibujo o por sí mismo– potenciaba aquella cólera desolada que, por defecto, repercutió en sus habilidades comunitarias; entonces, arrancando el papelejo recuperó la compostura que entre línea a línea comenzó a flaquear. «Cómo podía él ser tan dueño de sus emociones aún a la distancia, aún en el olvido y aún tras la pérdida», Kat no tenía respuestas, pero su encogido corazón simplemente lamentó las circunstancias.

Fue ahí, cuando la congoja tomó lugar en su garganta y sentenció sus lágrimas que veló por su bienestar y el ajeno, uno que desde su llegada advirtió ser desigual; pero la joven no esperó hallarlo –ni encontrarse con él– en una habitación destinada a ser por mucho la última en el interés ajeno. Su mirada tambaleó –y tal vez también su corazón– mientras sus pasos resonaban en la madera añejada de la estancia. Ella, si bien tenía un objetivo claro de visita, no comprendía el por qué la presencia adversa, sin embargo, tampoco lo cuestionó. Haberlo ignorado durante esos últimos días había infringido una ardua tarea para perder la batalla tan vanamente.

Y, como si la soga sujetada a su garganta estuviera construida con hebras de cabello, se atrevió a hablar antes de que él la pudiese evitar:
ㅤㅤ—¿Por qué ha vuelto? —desesperanza salió de sus labios.
ㅤㅤ—Y ahora… —prosiguió—. Y ahora estás tú sin mí, y…
Dedujo que las palabras no podían continuar, menos cuando el dolor poseyó sus sienes y sus ojos limitaron las lágrimas prometidas jamás volver a salir, pero no se detuvo:
ㅤㅤ—Qué hago con mi amor, el que era para ti y con toda la ilusión de que un día tú fueras solamente para mí…

Kat mordió su labio inferior con la mirada puesta sobre el ventanal más próximo, aquel lugar brillante opacando su oscurecido corazón tras recordar que lo había perdido, tras volver a escuchar en sus pensamientos que él había encontrado «un nuevo amor». Sin embargo, fue suficiente el vano acto de su falta de querer para descubrir que la elocuencia pasada de esas mujeres era real.

No fue detenida ni contradecida cuando dejó ir su corazón junto a ese «amor» que por años le guardó, ahí, aferrado a la esperanza dibujada a través de un rayo de sol. Edward se casaría y, aunque su nombre no era el que se situaría al de él, se limpió las únicas lágrimas que humedecieron sus mejillas y ordenó la extensa tela que caía desde su cintura. Con la habitual formalidad de una dama, le otorgó una reverencia: un simple movimiento ceñido a su mirada gobernado por la seriedad de los Wentworth antes de devolverle «todo aquello» que sintió por él durante sus jóvenes años.

Entonces, ella abandonó la estancia.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ❝ 1820 ❀ THE DEAD CAN'T HAVE A SECOND END – ONLY KAT.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤLa doncella descrita por la historia advertía ...
20/06/2024

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ㅤ❝ 1820 ❀ THE DEAD CAN'T HAVE A SECOND END – ONLY KAT.
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La doncella descrita por la historia advertía ser la delicadeza de un adorno propio de los caballeros clasistas, una joya ‘atractivamente’ acicalada que les otorgaba el supuesto del ‘poder’ sumando a su hombría, en efecto, se divertían cuidándolas a su manera sin importar las consecuencias y deseos de la subyacente, pero aquella era la única –precaria– vida a la que una mujer podía aspirar; esa única pintada entre cinceles hasta que el día de ese único placer acelerara su soberbia y las invitara a darse a conocer entre almas igual de sometidas. Todos tenían su propia forma de diversificar aquel sabor que les ayudaba a adelantar las horas del día y, en el caso de las mujeres, la comidilla, el elegante encuentro de tazas añoradas junto a pasteles, no era más que una excusa para camuflar la realidad de sus conversaciones.

ㅤㅤ“—¿Lo has escuchado?—”, pronunció la doncella de cabellos dorados y, la que estaba enfrente añadió: “—Es una sorpresa que vuelva luego de tantos años y… Con ese tipo de compañía—”, Kat las miró circundando la poco modesta mesa de té.

Incrédula, fruncía las cejas reposando la soltura de su vestido sobre la silla, ahí, siendo parte de la pequeña cueva de víboras para presenciar la continuidad de una conversación protagonizada por dos de ellas: una mujer entrada en sus cuarenta y otra un poco menos chasqueando sus lenguas para soltar algo más que sólo saliva.

ㅤㅤ—Señorita Wentworth… —Odette, quién pertenecía a la servidumbre, irrumpió ofreciéndole un poco de té que no tardó en olisquear. El aroma era exquisito, soberbio para apaciguar cualquier plática e intrépido para avivar la altanería de las damas frente a sus ojos: “—No lo esperaba del hijo del jardinero del duque—”, escuchó decir.

Sus dos grandes ojos perdieron origen diluyendo sus acciones a través de la pericia de esa quemazón que irradió en lo profundo de su corazón. El aire entrecortado evitó el ingreso a sus pulmones y, aunque el líquido iridiscente estuvo a punto de caer sobre sus telas, Kat logró sostenerse sin alertar a quiénes, con clara intención, advertían no estar de su lado. Un chisme, un cuento que viajó por los aires, uno que aparentemente abandonó el palacete hace algún tiempo y permaneció manchando su nombre.

Implacable fue la sonrisa que curvó sus labios cuando las adultas se voltearon a verle.
ㅤㅤ—”Él volvió…” —se inquietó posando la taza sobre la mesa—. “El joven Edward ha regresado” —y, aunque era consciente de la veracidad de sus palabras, no quiso advertir el desafortunado desconocimiento de su llegada a ninguna de ellas.
ㅤㅤ—”Oh, Kat, querida…” —la mujer tocó su mano y Kat sonrió—, “has de conocer a la muchacha que viene con él.”
Y la otra añadió: —”Sabía que tú y él eran buenos amigos, has de estar muy feliz.”

Entonces, la tortura tuvo inicio y fin en el preámbulo de los cuántos minutos que el viento tardó en alborotar sus cabellos. No era su primera reunión del «té» y seguramente tampoco sería la última por el bien de la sociedad; sin embargo, apresando su lengua entre las perlas que adornan su boca y el silencio sepulcral, se dedicó a sonreír hasta que el respiro tuvo lugar en la profundidad de su habitación: una pequeña escapada que tuvo origen a través de una modesta disculpa y el apoyo de ‘Odette’.

Su nombre yacía perdido en sus recuerdos, solapado entre las ínfimas lágrimas que se prometió no otorgar y, aunque la viva imagen de su presencia en la entrada del palace hace unos meses atrás distinguió esa tímida llama entre las cenizas, el día de hoy –por efecto de la nefasta intención de las damas–, rectificó esa promesa, esa dibujada entre las páginas de un libro suplicando a los dioses el «jamás» volver a enamorarse.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ❝ 1819 ❀ YOU CAME BACK AND MY HEART HAS FELT YOU AGAIN – ONLY KAT.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤEl espeso nubazón suspendido en e...
20/06/2024

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ㅤ❝ 1819 ❀ YOU CAME BACK AND MY HEART HAS FELT YOU AGAIN – ONLY KAT.
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El espeso nubazón suspendido en el cielo enriquece la alineación de las hojas frente a la muchacha. Era la tinta chisporroteada en los costados de su palma la que delata su alocada escritura y sus ansías por el bochorno que acapara sus mejillas. El olor húmedo trascendía al espumante de su pluma en complicidad a la lluvía mañanera que acarició su nariz mientras la sonrisas ornamentan su diminuto rostro, pequeña, oculta de la sinergia de la atolondrada vida de una noble, Katarina escribía versos sobre un héroe al que todavía no conocía.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ«El amor, el amor, el amor;
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤel amor que nunca acudirá.»

Los versos son el primer romance de una mujer. Una discreta pieza al que el corazón le abre la puerta y que, bajo la espesa nube se expande hasta tocar su profundidad; en su defecto –uno muy importante, sin duda– revelando la veraz intención de lo innegable, talante perjudicial cuando los detalles no estaban de su lado y ponían en riesgo lo único que no se atrevía a decir: sus verdaderos sentimientos.

Dulzor sobre sus oídos, creador de ideas ilícitas en la mente del género más delicado.

No fue muy distinto para la futura duquesa, quien veía en su madre la silueta de una mujer apresada por los vestigios de la aristocracia, el destello en su mirada recurrente al celo despotricaba una verdad: aquella que solía aventar por los ojos y hacía de su padre el precepto al que debía obedecer, uno al que por mucho que adulara no era suficiente para alcanzar la plenitud de un inocente querer. Tratase así el amor que embadurnaba sus páginas, con dolor, cicatrices y una marca invisible para todos –y posiblemente vista por todos–: la simple prevalencia del más alto gobernando a los más débiles dejando una víctima por el significado del amor, sin embargo, qué oportunidad tenía la niñata para erigir sus propias andanzas. Kat desfiló sobre el campo verdoso y primaveral olvidando la realidad de su pluma y negándole al mundo la soltura de sus dedos pues, sus pies calzados en perfectas condiciones, se cubrían de un brillo natural.

La gloria de un paraje donde sólo era ella embetunada por la humedad y el sonido de los animales. Libertad escasa entre las habitaciones del palacete, entonces pensaba con total tranquilidad:

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ«El amor es triste, es dolor…
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤimposible de olvidar», suspiró.

Y ahí, con el fin de esa oración, su calzado tocó tierra firme y halló en la entrada principal un par de desconocidos; entonces, sus palabras tuvieron significado: el amor perdido regresaba a tocar su puerta desestimando las expresiones legibles en su rostro. ¡Cuánto había cambiado! Y ciertamente, la soltura de sus palabras confunden a quién continúa recordando como «el hijo del jardinero», pero aunque el desprecio –que años antes existió– fue solapado por un título que sujetó la mano del duque, su padre, y el joven emblemático, Edward.

Edward, Edward; creyó olvidar su nombre, pero distinguió en la página hermana del libro que no soltó el disparatado garabato de una «E» entre los pétalos de una rosa obsequiada. Resopló blanqueando los ojos oculta en el imponente abeto a metros del inquisidor y, tal cual ponía en duda las crédulas palabras de los analfabetos, Kat fue loada por un poema –un único y especial poema– que poseyó su mente y, con él, grabó su nombre en la siguiente hoja: «La vida siempre nos reunirá».

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ❝ 1818 ❀ WHO IS KAT? WHY DON'T YOU TRUST YOURSELF? – ONLY KAT.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤLa sombra discierne un significado di...
20/06/2024

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ㅤ❝ 1818 ❀ WHO IS KAT? WHY DON'T YOU TRUST YOURSELF? – ONLY KAT.
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La sombra discierne un significado distinto a la realidad escrita en lo profundo de su ser, una mezcla de sensaciones a la que Kat no planea dejar escapar, pero que, por el vestigio de no ‘poder soportar’ se ahoga en palabras similares a charcos de agua dulce. Desconocía su sustancialidad o, más bien, solía desligarse de ella por el miedo a los principios a los que debía ser devota, tal vez había dejado de vivir para «sí misma» desde hace mucho y, aunque cabalmente estaba dispuesta a cumplir la premisa de un ajeno: «¿Cómo podría llamar a eso felicidad? El tiempo perdía su gentileza, pero aunque no pasó en vano, aquel brillo bajo sus ojos parecía suspendido en el abismo.

Todo se derrumba. Eran sus lágrimas las que caían sobre sus ojos quiénes le daban origen a los gritos acorralados en su garganta. No había lamento ni sollozo, simplemente lágrimas parloteando sobre sus mejillas en un idioma que pocos conocían: tratase la historia de su corazón o su simple murmullo implorando auxilio por la vida que le había tocado vivir. No era fácil, nadie le había dicho que lo era, pero aunque las palabras del pasado perdían consistencia, ‘ahora’ era cuando las comprendía.

Creía que la felicidad estaba en el reflejo de la sonrisa ajena, sin embargo, Kat veía florecer esas comisuras cobijadas por cuencos y victimizados por esos rosados labios sin tocar una pizca de gozo en ella. Era su padre el que la miró con júbilo enorgullecido por alcanzar un logro poco común en una doncella de su edad, peor aún, ‘poco común’ para quién dejaba crecer sus cabellos y vestía faldas. Desprecio hacia una sociedad en donde, para su suerte –o la de ellos–, al menos eran los lores y condes discriminados por la desconfianza quiénes más la respetaron a raíz del emblema ‘femenino’ que se adhería a su pecho.

ㅤㅤ¿Qué más podía hacer? ¿Seguiría flotando? ¿Olvidándose de sí misma?
ㅤㅤKat se desdibuja más lejos de los prados coloreados. Kat se había ido con «él».

Suspiró liberando aquello escondido: un tímido aliento que escapó de entre sus labios llevándose algo y, «ojalá ese algo fuese todo». Por qué los tenía que soportar una y otra vez, eran sus padres, su hermana la culpable de su propia desesperanza; de no poder vivir su vida a su antojo, pero las paredes eran silenciosas y el día nublando oculto entre la cortina aún más. Entonces, anheló sofocadamente lo que había sido. Las lágrimas cayeron sobre sus mejillas abrazándose de piernas tras el desliz de su espalda sirviéndose del único apoyo físico al que podía suplicar: el anaquel cercano. A metros de la sala, la muchacha invadió en su memoria y recordó a aquella mujer que era capaz de combatir sus propias guerras sin alzar la bandera blanca.

ㅤㅤ—Desearía tenerme aquí mismo... —apretó los labios—, para volver a quererme, volver a confiar en mí —pensó gracias a la pérdida.

Pero con confesiones abstraídas por el aire y el arrepentimiento de haber forjado algo en vano, sacó su pluma y sentada sobre el acolchado de la alfombra garabateó el primer verso: «gotas de esperanza», existieron y existen en el último trazo. Sobre sus ojos, sobre el cielo brumoso. «¿Cuándo llegarán a mí?», siguió… y el cielo se hizo oír sobre su ventana y con él, la futura duquesa halló su sonrisa al desplegar la fenestra. Sobre su mano caían pequeñas gotas, húmedas y especiales. No eran sus lágrimas o tal vez sí, era su rostro al aire dejándose acariciar y deshaciéndose en cada toque.

Y ciertamente, Kat, no podía darle la espalda a su destino, uno que, por decencia debía enaltecer ante la malograda altanería de su hermana. ¡Qué va! ¡Desastre y prejuicios caerían sobre ellas! Y no sólo por el honor de un título, sino que por la desventaja de la naturaleza. Como mujer sólo tenía una opción: casarse en un buen nombre, y aquella, era una segunda ‘mejor oportunidad’; entonces, resoplando al rodear sus ojos desaprobatoriamente –como diría su padre– dio con una intrusa que esfumó la condena en punta sobre sus labios: ella misma.

Desde lo próximo, veían su imagen malograda por el clima sobre el espejo. ¿Acaso había llovido antes? La lejanía la camuflaba silenciosamente, pero eran los pasos del instructor en el pasillo los que la removieron de la entonación de sus pensamientos. Se había encontrado dejando en el olvido el garabato sobre su muslo. «Gotas de esperanza», en efecto, ella era su propia esperanza y las gotas, las que caían como tinta fresca sobre su piel.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ❝ 1817 ❀ I HAVE LEFT THE DARKNESS BEHIND, BUT HAS SHE LEFT ME? – ONLY KAT.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤNostálgica observa por m...
15/05/2024

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ㅤ❝ 1817 ❀ I HAVE LEFT THE DARKNESS BEHIND, BUT HAS SHE LEFT ME? – ONLY KAT.
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Nostálgica observa por medio del ventanal la niebla acumularse en el campo raso. Desde lo alto su mirada se extendía por el páramo incauto a la realidad de los ojos que le veían, deseó ser cómo ella: lenta al andar, calma en salir y desaparecer cuando el vórtice anunciaba que un nuevo día comenzaba. No existía aquello que irrumpiera su continuidad y, aunque era el terrenal quién luchaba para no desplomarse entre sus garras, Katarina anheló caer entre ellas. ¿Sentiría la niebla? ¿Sentiría lo que ella escondía?

Crédula en su niñez escuchó las fábulas de una historia de suspenso que trascendía por medio de una única e irrepetible frase: “—Para que nunca salgas y te pierdas—”, decían. ¿Cómo podía ser la espesura de esa niebla tan maléfica? Absorbe al asaltante y engulle a los que buscan amenazarla; defensas propias en la prosopopeya de su vida. Irreverente, porque la menor de todas lamenta las ofensas dirigidas al majestuoso arte de la naturaleza.

ㅤㅤ“—Tierna nubecilla que te has perdido de tus amigas—”, pensaba.

Cuatro años, cinco o tal vez seis; y en ellos, un sólo orador con un único receptor capcioso frente a sus precoces conclusiones. «¿Te habrás ido con ella?», se murmuró aquella tarde mientras la gran nube atraviesa la hierba; y abstraída por la imagen que le otorga la ventana, Kat salpica las hojas de tinta destilando el último aroma de su sentir deplorante. Lo extraña, las nubes se lo recuerdan, el olor de la hierba y el color de las flores cuando el majestuoso emerge entre las montañas. Qué será de él, qué será de sus flores y, en su memoria, la única rosa junto a su ventana desprendía su último pétalo.

El brillo deseó irradiar sobre el campo amedrentando el dolor que se cobija en lo tangible de su corazón, se lo había llevado la brisa y el frío de ese invierno tras la calidez de una mano amiga que esperaba no extraviar –pues, al parecer, perder era una de sus más grandes ofrendas a la vida–. No sabía lo que significaba el extraño sentimiento posándose sobre sus fibras, no sabía de qué trataba ni cuánto duraría, pero en la ignorancia guardó silencio.

"A veces, saber demasiado no es lo mejor", recordó escuchar de una de sus abuelas, algunas de las tuvo o creyó tener bajo un simple título de empatía.

ㅤㅤ—Nunca he visto el cielo de este color —murmuró—. Es como si se pintara con los tintes predilectos para sobrellevar la difícil agonía…

Y sus pies, luego de mucho tiempo, volvían a tocar la hierba junto al lago de ese día cuando lo vio por segunda vez. Entonces lloró, y en su defensa, aquello era lo único que le quedaba de él; tal vez le dolía y el sentimiento nostálgico continuaba en ella, pero cuando las lágrimas habían cesado y no quedaba más que un recuerdo que esperaba pronto olvidar, la niebla se disipó.

A mejillas húmedas su corazón se desprendía desencajando aquellas piezas dosificadas de tristeza; el recuerdo se desdibuja, pero las preferencias eran obvias cuando la vigía gritaba por más de un año. La joven, de pie, le regaló un último suspiro impregnado del singular afecto que sólo resguarda para él: amor.

No sería ya el dueño de sus tristezas, tampoco el protagonista de sus novelas, aunque en lo profundo –y no tan profundo– la esperanza de volver a verlo permanecía, pero qué podía hacer ella con las infinitas cartas sin enviar y las inexistentes sin llegar. Katarina Wentworth era todo menos débil y un hombre –que posiblemente no le recordaba– no podía ser su piedra de tropiezo.

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