15/02/2024
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En una tarde especial, donde las sombras del bosque acariciaban suavemente el suelo y las estrellas despertaban tímidamente, Dyaval preparó meticulosamente cada detalle para un momento que trascendería el tiempo. El aire, cargado de magia ancestral, parecía vibrar con la promesa de un amor eterno, como si las propias hadas del bosque danzaran al compás de sus latidos.
En el corazón de un claro bañado por la luz de las luciérnagas, donde los árboles susurraban secretos y las hojas parecían tejer historias de antiguos romances, Dyaval se arrodilló con reverencia frente a Ocean. En sus manos sostenía una pequeña caja de madera, adornada con símbolos que relataban historias de amor eterno.
—Ocean, mi amada princesa —declaró Dyaval con voz serena, llena de emoción—. En este día especial, cuando el amor se celebra en todos los rincones de este vasto universo, deseo sellar nuestra conexión con un juramento eterno.
Abrió la caja con reverencia, revelando un anillo delicadamente tallado, con gemas que centelleaban como estrellas en la noche más pura. Tomó entonces la mano de Ocean con delicadeza, como si estuviera sosteniendo algo más que un simple tesoro.
—Con esta mano yo sostendré tus anhelos, tu copa nunca estará vacía, porque yo seré tu vino. —Dyaval deslizó el anillo en el dedo de Ocean, observando cómo la joya encontraba su lugar en el destino que siempre le perteneció.
—Con esta vela alumbraré tu camino en la oscuridad —prosiguió, encendiendo una vela cuya luz dorada se entrelazaba con la luminiscencia de las luciérnagas—. Y con este anillo te pido que seas mi esposa, mi amor eterno, mi compañera en todas las estaciones de la vida.
El bosque se sumió en un silencio respetuoso, como si la naturaleza misma estuviera observando y bendiciendo aquel momento. Esperando paciente ante la respuesta de aquella hermosa dama que su corazón eligió.
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