14/02/2024
당신은 나를 산산조각 내고 별처럼 빛나고 비명을 지르게했습니다. 비너스처럼 날 비추지만 넌 사라지고 날 기다리게 만들고.
Mayo, 2018.
Cada segundo parece una tortura desde la última vez que la mujer vio la figura que le robó el último suspiro desde que recuerda, tal vez es como un crimen pues lo hizo sin siquiera tener qué hacerlo, sino fuese por el mero sentimiento de querer probar esos dignos belfos, de preguntarse si él también siente lo mismo que pide su corazón. Grettell sueña con ese retrato, se pregunta si, aunque sea por un segundo, también piensa en ella. Escribió varias canciones con su nombre escondido estrofa por estrofa, descubre que la manifestación del dolor también puede transformarse en algo meramente hermoso; derrama lágrimas mientras terminaba de componer el último verso, jamás entendió por qué un «casi algo» duele más que un «amor estable», todo le recuerda a él. Grettell no es la vocalista principal de la banda de rock que formó con su hermano, pero siente amor por componer letras que, muy posiblemente, nadie sabe además de su fiel compañero, tampoco tiene habilidades vocales pero quiere intentarlo algún día. En su habitación no hay nadie más que ella, un bolígrafo, una hoja con diversas palabras y luego otras más hechas trozos. Tiene días sin comer, sin salir de la cueva donde grita internamente hasta quedarse dormida, sus ojos son la viva imagen de que el descanso sería una buena opción pero tener qué drenar las emociones puede ser una mejor idea.
Fueron esas hebras largas y oscuras, tenía unos ojos que le hacían descubrir que la fantasía plasmada en humano es posible. También tenía una imaginación que hacía recordarle a Grettell la dulce infancia que duras apenas tuvo cuando su padre existía en su plano. El corazón de la guitarrista siente como se rompe, no físicamente, pero en el fondo de sus sentimientos –o podría ser una ilusión– parece ser de esa misma forma, el tarro de cristal que guarda los pinceles que son constantes en el trazo de la silueta que la visita todos los días se ha roto. Los objetos regados por el suelo, sin ninguna pizca de pintura esparcida, así luce igual cuando él se fue, sin color… y un vacío destrozado que no puede ser construido, pues al tocarlo, puede resultar doloroso. Pequeñas cortadas, unas cuantas sobre la superficie de carne y otras aún más difíciles por debajo de ésta. Aún recuerda cómo los cuentos del varón revolotearon su estómago las noches que la acompañaba, cobró vida a su viejo corazón, las horas parecieran tan cortas cuando su olor recorría el sensible olfato de la fémina, envueltos entre una cobija que ni siquiera era lo demasiado amplia para cubrirlos, pero para ella no importaba nada, porque la hizo sentir como una princesa de la mismísima realeza, donde la felicidad tiene qué rebosar por su propia cuenta y los males son incompatibles al tocar las auras del reino. Se denominó su amante, la sencilla princesa que, como se esperaba, se enamora del apuesto caballero que le canta desde las afueras del palacio con la esperanza de admirar el delicado rostro ruborizado ante de la propia naturaleza cosechada por los habitantes. Grettell fue feliz una vez, donde tuvo que haber sido, tenía que haber sido, podría haber sido, nunca fue y nunca lo será.
¿Y nunca más habrán historias antes de dormir? Se transforma en noche de llanto, ella no puede y no sabe cómo lidiar con la desaparición, irónicamente anónima, de «Él». Quizá perderlo no podría soportarlo, pero amarlo es mucho peor. Grettell cae en cuenta que: el corazón quiere lo que quiere.