08/01/2022
Aquí, un bellísimo y emotivo cuento del escritor Daniel Gaitán. Excelente obra literaria!
ESTRELLA
Mención de Honor
1° Certamen de cuento 2005, Centro Cultural del Tango
Zona Norte
Aquella...
con un poema de amargura, contenido en la dulzura,
del azul de su mirada.
Ahora que las sombras de la noche acechan mis pesados setenta y seis años, voy todas las tardes a la vieja esquina donde está el café que lleva tu nombre, donde te canté por primera vez. Necesito rememorar esos momentos mágicos mientras te sigo esperando.
Cuando murió tu marido y se hicieron cargo los nuevos dueños, llegué en el momento justo en que estaban sacando tu retrato. Ellos no sabían quién fuiste, entonces les conté algo de tu historia. Les conté que yo te había conocido en tus bellísimos veinte años, cuando eras reina entre las mejores, y omitiendo algunas cosas que sólo nos interesan a nosotros, les mentí que en un viaje que realizaste a Francia, allá en el cincuenta y tres, el buque zozobró en medio de una gran tempestad y perdiste la vida. Preferí ese final para vos.
¿Te acordás? Tenías un brillo propio, una extraña mezcla de mujer fatal y niña. Eras Estrella, y con sólo pronunciar tu nombre la luna sonreía. La noche era tuya y el día te esperaba en un abrazo de cobijo. Recuerdo esa noche, cuando te conocí, me miraste fijo, con tus ojos cielo, y yo, me perdí en vos; me enamoré rabiosamente de tu imagen. Fue el día en que tu marido inauguró el café, con tu nombre, en tu honor, y yo, fui el cantor invitado y mientras cantaba para vos veía desde el escenario la magia, y el natural encanto con que enamorabas a los hombres. Estabas hermosa. Tomabas champán con elegancia y delicadeza. Te sacaron una foto para un retrato que tu marido colgaría en la pared, porque él estaba orgulloso de tenerte. La fiesta se puso alegre y el salón se llenó de risas. La noche se agitó y todos se apasionaban por bailar con vos. Cuando bajé, tomé unas copas y envalentonado por los tragos, en el momento ese, en que quedaste sola, me acerqué. Y no sé por qué me clavaste tus ojos, esos ojos, que me permitieron entrar en vos y te hablé de amor. Como hipnotizada me tomaste de la mano. El contacto me estremeció porque tu mano de mujer era única. Me levanté y te pedí que te vinieses conmigo. Parecía una locura. Te esperé afuera y cuando escuché el sonido de tus tacos aguja, me di vuelta y te fundiste en mí, ahí, a treinta metros del café. Caminamos en silencio de la mano, con los dedos entrelazados. Tal vez me elegiste porque yo era un cantante exitoso y, deslumbrada dejaste todo. Yo me quedé con vos porque eras la mejor, única. Para tu marido pasaste a ser un recuerdo.
Fueron varios meses de felicidad y me enamoré de vos toda. Hambrientos de nosotros fuimos una caldera que no se apagaba. Hasta aquel día, ¿te acordás, Estrella? El día en que lo cruzamos y él te miró sin rencor, con los ojos húmedos y yo te miré a vos y te vi mirarlo con ojos enamorados. Él bajó la vista y continuó su camino, y vos giraste la cabeza para verlo irse. Ese fue el momento más triste. Te solté el brazo para darte libertad pero te quedaste. Respiré el aire que me estaba faltando y creí que no te perdería. Cuando me miraste de frente y vi que el brillo de tus ojos se opacó, me di cuenta de tu dualidad para amar. No pude enojarme porque él te volviera a ganar. Pero tuve que hacerme fuerte para soportar la espera de ese día en que te marcharías, pensando en como él, esperaría a ese mismo día.
No pasó mucho tiempo y se hizo tu hora. Fue tu gesto angustiado que me anunció la partida y hubo silencio, profundo y eterno como tus ojos. Dejé que te fueras. Te vi alejarte sin que te dieras vuelta. Supe que llorabas, como yo.
No recuerdo si habían pasado días o ap***s unos minutos cuando decidí buscarte, no recuerdo. Tampoco recuerdo haber salido de casa, haber caminado por la calle, haber entrado en el café, sólo recuerdo mi grito llamándote. No pude comportarme como él, como un verdadero hombre que debió masticar sus broncas, su orgullo y hasta su llanto para no lastimarte. Yo en cambio no pude soportarlo, me sentí un pobre muñeco olvidado, por eso corrí y te llamé y saliste ¿te acordás, Estrella?, y detrás salió él. Hubo una confusa discusión, acusaciones, gritos. Yo nada más veía tus delicadas manos apoyadas sobre mi pecho tratando de alejarme y las tomé porque necesitaba tocarte mientras él, amenazándome con su puñal, intentaba sacarme de allí. Vi tu desesperación en medio de los dos y en esa tormenta de sentimientos, como un rayo, así de pronto, observé tu quietud, tus brazos cayendo lentos pegándose a tu cuerpo, y tus ojos que apagados miraban nada. Te habías perdido. Cuando nos dimos cuenta, envueltos en fuego cruzamos las miradas buscando la razón, y fue el amor que nos habías dado, que nos unió para darte ayuda. Te sentamos y al ver que no respondías te llevamos al hospital, nosotros, tus hombres.
No voy a mentirte Estrella, no fuimos amigos, pero hemos compartido algunas charlas en el café hablando de vos, y de cuánto te hemos amado.
Hoy, después de cincuenta años, sigo viniendo todas las semanas a hablarte porque quiero que despiertes de nuevo, porque te sigo esperando y tengo miedo del abrazo de una noche eterna. Sólo me queda una última ilusión, ¡qué vuelvas! Se me está apagando la vida y no logro recuperarte, ya sé, a vos se te apagó hace cincuenta años, ya lo sé. Está llegando mi hora fría y me da miedo de que te quedes sola, con tu propia muerte eterna, dormida, sin amar.
Creo que tu final en alta mar fue mucho más digno que este. No podía contarles que estás en un hospicio.