10/12/2024
Hoy es uno de esos días en los que hay que dar noticias tristes. Pero esta en especial, tiene un sentido nostálgico de despedida para un hombre que vivió una vida larga y feliz.
96 años duró la historia de Don Luis Francisco Escobar, un hombre que supo llevar la batuta de una familia y una empresa que hoy es ejemplo para toda la ciudad.
Cómo un homenaje a su vida, hoy les comparto un retrato que tuve la fortuna de hacerle y un bello texto redactado por él y su hijo Alberto Escobar Hurtado.
"Nací en mi querida facatativa y me recibió una partera, un 4 de noviembre de 1928, en la calle 11 número 5-57, en una plazoleta del barrio Santa Rita. Fui bautizado el 3 de marzo de 1929 en la iglesia catedral. Hijo de Francisco Antonio Escobar, bogotano, del barrio las cruces. Fui traído a Facatativá por mis padres a los 8 años con mi hermana Aura que con el tiempo fue la abuela del Doctor Rocha.
A mi padre de oficio carpintero, le gustaban todos los animales, especialmente sus perros: Laureano y la republicana. Desayunaba con cacao de harina y mogolla con chicharrón. Gaitanista apasionado con sus tres mejores amigos excehomo Sánchez, Lucio Zambrano y otro amigo del que ya no recuerdo su nombre. Cargaban la bandera roja del partido liberal a todas las manifestaciones del Doctor Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá. Fumador de dos paquetes de ci******lo diarios con la colilla de uno prendía el otro; buen tomador de cerveza trabajador, ingenioso e incansable. Muy responsable con su familia.
Mi Señora madre Custodia Gaitán Mojica, venida del municipio de sasaima era conservadora, algo goda, huérfana por la peste de la fiebre de 1918 dónde perdió a sus padres y dos hermanos.
Fue madre de cuatro hijos: Lucila, Eduardo, Leonor y el presente Luis Francisco. Una mujer emprendedora que para ayudar a la economía familiar cosía overoles, hacía y vendía postres, kumis, masato, jalea, dulce de brevas, papaya, durazno, arequipe y otras delicias más.
Pacho y custodia tuvieron sus amores entre los años 1923 y 1924 y se organizaron en 1925, cuando ella se dió cuenta que se había casado con un liberal cachiporro, casi le da un infarto, pero con el diálogo lograron llegar a un acuerdo de nunca más hablar de política.
Estudié en la escuela Rafael Pombo, llamada la universidad de los pinos. A los 16 años trabajé en la carpintería de mi padre, que estaba ubicada en la carrera tercera frente a donde hoy queda la cámara de comercio.
A los 18 años, decidí montar una funeraria, después de haber trabajado en el batallón de comunicaciones. Con Maruja nos conocimos porque ellos vivían en la calle octava tuvimos amores entre finales de 1947 y 1949.
Resultamos comprando un coche en el barrio Ricaurte de Bogotá y nos encimaron dos caballos, los trajimos para facatativa con mi padrino de matrimonio y desarmamos el coche para poder hacer la carroza. duramos un año para hacerla.
Para esa época existía la funeraria de Ernesto Gómez (dónde hoy es el Banco Agrario), la funeraria de Marco Antonio Parra (en la calle quinta con carrera quinta) y la funeraria de Rodríguez.
Después de mucho bregar la funeraria Escobar abrió sus puertas en un local en el atrio de la catedral, entre 1949 y 1950 en la que hoy es la casa cural. Atendíamos las 24 horas e implementamos un coche fúnebre de tracción animal adornado con penachos, sendos arreglos florales, con su conductor Lara, quien vestía con uniforme de smoking corbata negra, sombrero de copa, botas de cuero y nuestro caballo blanco llamado Pedro. Esto fue un éxito en Facatativá.
Maruja, era muy emprendedora. Y para ayudar con la economía familiar tuvo, con su hermana Margot, un negocio de venta de colchones, almohadas, camas y mesitas de noche. Pero al final no resultó la sociedad; tuvo un negocio de venta de zapatos y carteras. Y luego una cigarrería al tiempo que nos ayudabamos a levantar a los ocho hijos.
El paradero de los taxis quedaba frente a la funeraria. Se presentó un día un taxista llamado Mario Orozco, que se enamoró de mi hermana Leonor, y un buen día Mario me dijo, que él quería mucho Leonor y se quería casar con ella, pero que no la podía seguir dejando trabajar en la funeraria. Al poco tiempo me robaron la herramienta de la carpintería y Leonor ya se había casado. Entonces me tocó tomar una decisión trascendental y eché un carisellazo con una moneda y ganó el negocio de la funeraria que sigue funcionando hoy día.
Trabajamos incansablemente con Maruja para progresar en nuestro negocio familiar levantamos y educamos a nuestros hijos por muchos años.
A lo largo de la vida he tenido muchos amigos, de los cuales no me acuerdo sus nombres pero sí sus apodos:
El mío, el chulo; el elefante; el mico; el b***o Julio; el caimán; el pastuso; el tigre; el tripudio Mario; el perro; genovevo Parra; el chisgo; el chaleco Garzón; Condorito; el gafufo Villalba, la hormiga Vélez; el Cabro Sánchez; El bizcocho Maldonado; el brujo Ramírez; el bambuco y otros más. Se nota y reconozco a esta edad, que he estado bien rodeado.
Estoy muy feliz, he sido buen amigo, padre y esposo y no sé en qué momento pasaron estos 95 años, pero estoy aquí rodeado en familia y muy agradecido."
Que la idea de la muerte no nos distraiga de lo que estamos haciendo, porque lo que va a quedar es lo que uno hace en vida.
Se fue el último cachaco de Facatativá.