04/03/2019
Y ahí estaba solo.
En “su” mesa de siempre.
Blanca cabellera, jean desgastados, boca seca.
Ya con algunos mezcales de más. No pulque, mezcal.
Y se veía divertido, cómodo, en confianza.
Jugueteaba y se albureaba con otros comensales.
Me senté a su lado, porque ya estaba lleno el lugar y con la intención de refrescarme con una cerveza, siempre helada.
Ideal para estos tiempos de calor, ideal para estos tiempos de soledad.
Bla, bla, bla. Que salud, que si siempre vengo, que vine cuando se inauguró, que si conozco al dueño, que si el mejor mezcal es el de esta marca, que si la cerveza es más nutritiva que un mezcal, que si el pulque es más nutritivo que la cerveza, que si yo la tengo más grande y así, charla sin razón y sin sentido.
No hay palabras prohibidas, solo silencios permitidos.
La inseguridad ya no permitió fraternizar más, siempre pone una barrera, un tapabocas cuando preguntas: “¿ a que te dedicas ? ”, “ ¿ de dónde vienes, a donde vas? ”. Equis y un sorbo al caballito de mezcal es la única respuesta.
Dos o tres cervezas, dos que tres botanas, siempre frías, siempre sabrosas, dos que tres mezcales, siempre.
Que si pásame la cuenta, que si adiós que nos volveremos a ver.
Y así paso otro día en la Pulquería la Guayaba