23/07/2022
POCO SE HABLA DE LOS MAESTROS DE DANZA
Poco se habla de los maestros de danza y las escuelas que forman soñadores compulsivos.
Si te acercas lentamente, vas a ver o escuchar a la maestra, o maestro, gritar con pasión “5, 6, 7 y va”, “estirá las puntas”, “no aflojes la espalda”, “escuchen la música”, y miles de frases de maestros de danza que todos los que alguna vez pasamos por un salón, sabemos que existen.
El maestro de danza comienza la clase, y entre paso y paso te va contando quién es, quién fue, y quién quiere ser. Y vos cada tanto te quedas escuchando, proyectando ser como ella, como él, o soñando a su lado.
La maestra, la seño, el profe, o el maestro, son más que simples educadores de danza. Ellos te enseñan a rotar los pies y estirar las rodillas, pero también te enseñan la confianza en vos mismo, el amor por el arte, la pasión desenfrenada de la danza, y también te enseñan sobre la vida.
A la escuela de danza uno puede llegar y llorar porque se enteró que tiene 5 materias a marzo, o porque una está cansada, o por los problemas de casa, y la maestra o el maestro siempre te van a escuchar. Van a dejarte llorar tranquila/o y luego te van a decir “vamos, lavate la cara así hacemos la clase que todo va a pasar”. Y también al revés, cuando estamos eufóricos por algo lindo que nos pasó, ya sea referido a la danza, o referido a la vida que existe fuera del salón, tenemos ganas de contarle al profe, a ese con el que compartimos horas y horas de ensayo. La maestra, o el profesor, siempre está. Para bien y para mal. Jamás vas a ver al profe vulnerable o triste, ellos están para los alumnos al cien por cien. Y tienen mucha paciencia, la suficiente para quedarse hasta tarde ensayando, y salir cuando la gente ya ha vuelto a casa.
La escuela de danza, ese lugar mágico, también se queda inalterable. Puede cambiar de lugar, pero sigue siendo la misma. Alumnos entran, alumnos se van, se cambian de escuela, o vuelven con el tiempo. Algunos entran a compañías, otros dejan por la facu, otros se mudan. Pero cuando decidís pasar por el estudio de danza un lunes, martes o cualquier día de la semana, a la tarde, a eso de las seis o siete, cuando cae el sol en invierno, y el frío congela los huesos. Va a estar ahí, la escuela, y el profe gritando, “estiren las rodillas”, “roten ese pie”, “por favor, vayan iguales”. Inalterable. Con más o menos alumnos, con los mismos, o con otros. La seño, el profe, nos va a mirar con la dulzura de las décadas pasadas y nos va a invitar a pasar. Porque a casa siempre se vuelve.