31/10/2021
𝗬𝗔 𝗡𝗢 𝗠Á𝗦 𝗚𝗔𝗟𝗟𝗘𝗧𝗔𝗦 𝗣𝗔𝗥𝗔 𝗝𝗨𝗔𝗡
𝙋𝙤𝙧 𝙀𝙧𝙞𝙘 𝘿𝙖𝙣𝙞𝙚𝙡 𝘾𝙖𝙣𝙤 𝙈á𝙧𝙦𝙪𝙚𝙯
Esteban era igual a los demás en aspecto y comportamiento, jugaba y reía cuando salía con los otros niños, pero muy en el fondo, sentía un odio inexplicable por su compañero Juan. Porque Juan le dijo que, al cumplir los 10 años, la vida se ponía tremenda y los sueños se te deshacían como algodón de azúcar al tocar el agua.
A pesar de que las ideas del joven Juan atormentaran tanto a Esteban, el pobrecito no podía separarse de él. Vivían en el mismo edificio, estudiaban en la misma escuela, asistían a las mismas clases de karate y compraban sus helados en el mismo puesto de la esquina, donde el anciano don Alberto se negaba ya, con miedo, a atenderlos. Es que Juan es travieso y parar no puede.
Los tropiezos de Juan, a palabras de su madre, solo eran por razones insignificantes, travesuras de niño incomprendido que con el tiempo se componen y tras perdones se olvidan. Sin embargo, Esteban jamás perdonaría tal negligencia planeada, elaborada y archivada por esa mujer de sonrisa amarillenta que, si no fuera por las deliciosas galletas que horneaba los viernes al caer el ocaso, seguro le causaría más desagrado que el mismísimo Juan.
Para Juan la vida era fácil, por impulso inconsciente corto 6 mechones a la niña que se sentaba enfrente, le clavo un tenedor en la pierna derecha a Rosita “La maestra buena onda” y quemó 5 libros porque olvidó el suéter y tenía frío. Tales actos estarían bien o pasarían desapercibidos si Juan fuera castigado por haberlos cometido, pero siempre, bajo una frecuencia cuestionable, Juan encontraba la forma de que Esteban pagara por ello.
El salón de detención, por suerte, es un lugar donde sí o sí te brotan las ideas y a Esteban le sobraban, ya no aguantaría a Juan, su madre y el loro tuerto que tenían como mascota; su llegada solo había traído problemas. Gracias al cielo Esteban era resiliente y prefería enfocarse en 2 cosas: su colección de monedas y buscar soluciones…
Cuando el lorito dejó de hablar, Esteban sintió que estaba listo para quitarse el gran peso de encima, tomar la vida de juan, deshacerla como se deshacen los sueños de infante y permitirse por fin descansar. O al menos eso se leía en el epitafio cincelado minuciosamente sobre la tumba de concreto con tonalidades blancas que su madre mando grabar:
"𝑫𝒆𝒔𝒄𝒂𝒏𝒔𝒂 𝑱𝒖𝒂𝒏 𝑬𝒔𝒕𝒆𝒃𝒂𝒏
A𝒎𝒂𝒅𝒐 𝒉𝒊𝒋𝒐, 𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒖𝒔 𝒑𝒆𝒄𝒂𝒅𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒂𝒏 𝒑𝒆𝒓𝒅𝒐𝒏𝒂𝒅𝒐𝒔 𝒚 𝒐𝒋𝒂𝒍á 𝒆𝒏𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆𝒔 𝒍𝒂 𝒑𝒂𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒂𝒏𝒉𝒆𝒍𝒂𝒃𝒂𝒔”
Imagen: Cruz, I. (s. f.). Perico en acuarela Pintura sobre papel fabreano [Ilustración]. Perico en acuarela