24/08/2024
UN CORAZÓN PARA EL GENERAL.
Por José Agustín Márquez Gileta.
Al fin supe cómo se llamaba la última esposa del Gral. Manuel Álvarez, su viuda que lo enterró en la Salud.
Aunque ya sabía que su nombre empezaba con “P”. Me lo dijo Diana, una niña de nueve años, por allá por julio del 2011.
Diana iba al curso de verano que organizó el Archivo Histórico del Municipio de Colima, Archivo donde yo trabajaba. Como yo había trabajado en la reconstrucción de la Casa del Catrín, casa a donde trasladamos los acervos del siglo XX, restaurando toda la madera, incluidas las vigas y duelas de los techos, labor que me llevó casi un año, pues me tocó hacerlo solo con la ayuda de Aldo, seguido regresaba a esa casa. Por eso, cuando había programas de televisión o entrevistas sobre esa casona llamada La Casa del Catrín, me mandaban a mí.
Yo era el encargado de las vistas guiadas y de dar información sobre el contenido del Archivo y sobre el pasado histórico y mítico de la Casa del Catrín. A esa tarea le debo, también, mis segundos “cinco minutos de fama”.
Pero bueno, el caso es que aquél día de julio del 2011, el programa del curso de verano que organizó el Archivo, incluyó una vista guiada a la Casa del Catrín para l@s niñ@s inscritos. Entró el chiquillero a los corredores mientras yo les contaba que en esa casa, hace siglos, vivió el primer gobernador de Colima, el Gral. Manuel Álvarez, y que de esa casona señorial había salido el Gral. aquella tarde lluviosa del 26 de agosto de 1857, rumbo a la eternidad, rumbo a la muerte que lo esperaba en la esquina del Portal Medellín.
También les conté que esa casa era conocida, desde principios del siglo XX, como la Casa del Catrín, porque ahí, cuentan, se aparece un “Catrín”. Ahí, por sus corredores y cuartos, circulan las presencias de muchos que ya no son de este mundo y cuyas almas quedaron atoradas entre sus muros, entre las puertas y fuentes antiguas del edificio.
Les dije que según el Dr. Miguel Galindo, el Catrín es un hijo del General que deambula por las habitaciones y que no puede descansar en paz por unas deudas que tiene en este mundo.
Yo los guiaba por las antiguas estancias, ahora habitada también por miles y miles de colimotes y colimotas del siglo XX, cuyas vidas están registradas en los documentos que albergan sus añejos muros, pues ahí están las actas de nacimiento, las de matrimonio y las de defunción de todos los y las de Colima. Aquí se guardan sus nombres y sus vidas.
Entonces entramos a uno de los cuartos para mostrarles los documentos de 1950. Viejos papeles que relataban pleitos callejeros, eventos musicales, fiestas patronales, escuelas y giras políticas. Entramos y dimos la vuelta a la estantería y ell@s observaban asombrados.
Al final se sentaron en el piso del patio, bajo el frondoso mango central. Entonces les pregunté, como siempre hago, si había algo que quisieran saber, alguna duda, algo que no hubieran entendido. Paró la mano un niño y preguntó que desde cuando existía esa casa. “Pues yo creo que por 1790 se empezó a construir”, le dije. Una niña, Diana, quería saber cómo se llamaba la viuda del General. -No lo sé, Diana, no lo recuerdo. Y otra niña quiso saber si todavía se aparecía El Catrín. –Dicen que si, le dije, en aquél cuarto que da a la calle. Diana vuelve a parar la mano y me vuelve a hacer la misma pregunta, pero ahora de otra forma: ¿cuál fue la última esposa del General?. Yo le volví a decir que no lo sabía, que recordaba haberlo leído pero que lo había olvidado y que seguro se lo iba a investigar.
Como no había más preguntas, vino el recreo y se pusieron a lonchar y a jugar. Pero a mí me intrigaba la insistencia de Diana por saber el nombre de la esposa del General Manuel Álvarez y me le acerqué:
–Diana, me llama la atención… ¿por qué te interesa tanto saber el nombre de la esposa del General?
-Porque cuando entramos al cuarto ése, me señaló con su dedo un cuarto, en la pared de la entrada estaba un corazón pintado y decía el corazón con su flecha; “M y P”.
-¿De veras? A ver, vamos a verlo, le dije, pues no recordaba, cuando restauré aquel cuarto, haber visto ningún corazón. Y entonces me dijo; “Ya no está”. -¿cómo? Pero si dices que tiene las letras de M y P. Si, me contestó. “Si las tenía, cuando entramos al cuarto, pero cuando salimos, el corazón ya no estaba. Había desaparecido” -¿Ya no está el Corazón? “No. Por eso quería saber cómo se llamaba la esposa; porque la M es de Manuel, estoy segura, la del General, y la P no sé de quién es, pero era la letra de su esposa”
A mi nunca se me ha olvidado aquel día, aquel corazón que la niña vio y que me lo confió como si cualquier cosa, sin darle importancia a lo que ella había visto: algo extraordinario y mágico. Un corazón grabado en la pared que volvía de un tiempo lejano, para ser visto por Diana y luego desaparecer para siempre.
Varios días busqué en la biblioteca del Archivo el nombre de la viuda del General, pero los datos biográficos de Don Manuel sólo hablaban de él, no de sus esposas e hijos. Hasta que hace poco, en un escritorio del Archivo de La Villa, me encontré un expediente del discurso que un día 26 de agosto, se dijo frente a la estatua del General. No tenía autor aquel discurso, pero por primera vez en el escrito, leí el nombre de su viuda: Doña Francisca Córdoba. Diana tenía razón. La P del corazón del muro era la de Pachita, no Francisca, sino Pachita como le decía el General.
Diana, ahora, ya no es una niña, tendrá unos 20 años y yo nunca la volví a ver. Ya no la reconocería si me la encontrara. Tampoco, ya nunca, le voy a poder contestar lo que con tanta insistencia me preguntaba; el nombre de Doña Pachita. Diana y su corazón flechado con la M y la P desaparecieron para siempre.