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06/12/2024

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SOBREVIVÍ

Te presento a Juliane Koepcke. A fines de 1971, su avión había estallado en el aire (la teoría es que fue impactado por un rayo) ella se transformaría en la única sobreviviente del vuelo 505, Tenía solo 17 años y aún le quedaban 11 días de subsistencia en la selva tropical de Perú. Sola, herida y sin alimento la joven tuvo que poner en práctica todo lo que sus padres científicos le habían enseñado sobre la biodiversidad y la jungla.

Su vínculo con la Amazonia es muy fuerte. Fue donde pudo sobrevivir, pero también fue allí donde murió su madre, quien iba en el mismo vuelo que ella. Eran fiestas de diciembre e irían a encontrarse con su padre, Como si fuera una relación simbiótica, le debe a la selva su vida y misión, dado que en la actualidad es bióloga y se dedica a cuidar los ecosistemas.

Juliane conocía perfectamente la naturaleza. Había pasado gran parte de su vida rodeada de ella, y había acompañado en reiteradas ocasiones a sus padres en viajes de investigación. Su madre era ornitóloga y su padre biólogo. Ambos eran alemanes, se dedicaban a investigar la fauna peruana y sudamericana.

Incluso, Juliane llegó a vivir ahí durante un año y medio junto a sus padres antes del accidente. Esa experiencia le permitió conocer en profundidad la selva, familiarizarse con los sonidos de los animales, distinguir los peligros y orientarse. Todas habilidades que la salvaron cuando su avión explotó.

El avión se había metido en una tormenta eléctrica. "Mi madre y yo nos tomamos de la mano, pero no pudimos hablar. Otros pasajeros comenzaron a llorar, llorar y gritar. Después de unos 10 minutos, vi una luz muy brillante en el motor exterior a la izquierda. Mi madre dijo con mucha calma: "Ese es el fin, se acabó" Esas fueron las últimas palabras que escuché de ella.

El avión cayó en picada, recordó Juliane. La nave había sido alcanzada por un rayo y estalló en el aire. Juliane salió despedida por el aire y comenzó una caída libre, boca abajo, aún atada a su asiento de avión. "El susurro del viento fue el único ruido que pude escuchar. Me sentí completamente sola", admitió. En ese momento perdió el conocimiento.

Recién al día siguiente despertó. Era consciente de que había sobrevivido a un accidente aéreo. El asiento de acompañante donde iba su madre, estaba vacío. Gritó buscándola, pero sólo los sonidos de la selva le respondieron. Juliane estaba totalmente sola.

"Tenía muchas heridas y no las sentía", indicó años más tarde. Se había roto la clavícula y tenía algunos cortes profundos en las piernas, aunque no eran lesiones tan graves. También, tenía roto un ligamento de la rodilla, aunque podía caminar. Desde el suelo, oía a los aviones de rescate, pero la vegetación era densa y no alcanzaba a verlos.

Solo tenía un vestido de verano y una sola sandalia. La otra, la había perdido, al igual que sus anteojos. Con el calzado, Juliane se fijaba qué había en el suelo delante de ella, a modo de bastón. "Las serpientes están camufladas allí y parecen hojas secas".

"Tenía mucho miedo de morir de hambre", confió. No tenía cuchillos para cortar palmitos de los tallos de las palmeras, no podía cocinar raíces y no se atrevía a comer nada de su entorno. Solo bebía agua del arroyo.

Al cuarto día, oyó el sonido de un buitre y logró reconocerlo gracias al año que había vivido en la reserva junto a sus padres. "Tenía miedo porque sabía que solo aterrizan cuando hay mucha carroña y sabía que eran cuerpos por el accidente", afirmó. La primera vez que vio un cadáver fue en la selva. Eran tres pasajeros que tenían la cabeza hundida en la tierra. El impacto del accidente había sido mortal.

Al décimo día de supervivencia, ya no lograba mantenerse en pié y se dejó llevar por el río. "Me sentí muy sola, como si estuviera en un universo paralelo lejos de cualquier ser humano", rememoró.

Como si se tratara del destino, divisó un barco, y cuando, advirtió que no era una alucinación sintió la adrenalina que le permitió erguirse. Siguió un camino que la llevó hacia una choza que tenía un techo de hojas, un motor y gasolina. "Tenía una herida en la parte superior del brazo derecho que estaba infectada con gusanos de aproximadamente un centímetro de largo.
Recordé que nuestro perro tenía la misma infección y mi padre le había puesto kerosene, así que succioné la gasolina y la puse en la herida", explicó la joven.

El dolor que sintió fue intenso, pero Juliane logró sacarse 30 gusanos del brazo y pasó la noche en el lugar.

Al día siguiente oyó voces. Era el 3 de enero de 1972. "Fue como escuchar las voces de los ángeles", comparó. Los tres hombres que la encontraron la atendieron, le dieron de comer y la llevaron de regreso a la ciudad.
Juliane se enteró más tarde de que su madre había sobrevivido al accidente, pero no a la selva.

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