02/04/2021
MOCHILEANDO A LOS 50
Con casi medio siglo en el cuerpo, distintos factores, permitieron que se produjera un espacio de tiempo libre en mi vida, el cual, aproveché para cumplir un sueño largamente postergado, cargarme la mochila al hombro y salir a la ruta.
No era un viaje como anteriores que había realizado, los cuales contaban con una planificación rigurosa, un tiempo que cumplir, un lugar específico al que llegar y un presupuesto calculado con minuciosidad de economista.
Más que un viaje, era una aventura, era deambular por América Latina.
Así fue que, una tarde cualquiera del mes de julio, tomé el bus que me llevaría desde Montevideo (Uruguay) hacia el norte del continente.
SIN PRISA, NI META
Tracé una ruta probable en mi mente, marqué algunos sitios a visitar, y comencé a subir por el mapa. Mi ritmo lo marcaría la hermosura de los pueblos o ciudades que fuera conociendo, la prisa no era opción para este viaje, quería dejarme encantar por la geografía, la gastronomía, la arquitectura, la historia de cada lugar, además de la calidez de su gente, comprobada en mis viajes anteriores.
Para disfrutar de la geografía, decidí que este viaje lo realizaría vía terrestre, utilizando el transporte carretero de los países por los cuales viajaba, lo cual resultó ser una decisión acertadísima. Pude apreciar a través del cristal de los buses y por casi seis mil kilómetros, los llanos convertirse en cerros y estos en montañas, los verdes pastizales palidecer hasta convertirse en tierra de colores increíbles.
Para disfrutar de la gastronomía, me dejé guiar por las recomendaciones de personas que el camino me fue presentando, al tiempo que el paladar descubría sabores inéditos.
Para disfrutar de la arquitectura, caminé sin descanso cada ciudad, cada pueblo que visité. Soy un enamorado de los estilos coloniales, de las callejuelas angostas con calzadas de adoquín, un admirador del estilo barroco y curioso de las texturas o materiales de construcción.
Otra de las decisiones acertadas que tomé, fue la de hospedarme en Hostales, mi primera experiencia en este tipo de alojamientos terminó siendo todo un disfrute.
Los lugares comunes invitan a la interacción y el intercambio de vivencias, desayunar alrededor de una gran mesa, con gente de todas partes del mundo unidas por una pasión, viajar, conocer, ampliar nuestros horizontes, es un verdadero placer.
Comenzaban así, casi dos meses de aventuras, de emociones, de experiencias inolvidables, y, sobre todo, de redescubrimiento personal, pues este fue, mi primer viaje en solitario.
Hoy tengo la convicción que, de los viajes que realizamos, los que emprendemos en solitario, son los que nos definen.